Parece que en gastronomía, como en muchos otros negocios, todo vale. Hace poco, uno de los grandes cocineros españoles, Santi Santamaría, decía que la función del cocinero no es estar haciendo un espectáculo y que el buen producto no necesita envoltorio. Y no le falta razón. Con el paso del tiempo las profesiones de toda la vida han corrido el riesgo de desvirtuarse en su intento de modernizarse. De ahí, que además de la clásica cocina de autor y tradicional, haya surgido la llamada creativa de mercado. ¿Qué tipo de platos la caracterizan? Debe ser algo parecido a poner en una ensalada ilustrada un tomate deconstruido (si es que existe). ¿Y qué se cuece en los fogones de los fondos de inversión españoles? La última tendencia, los llamados hedge funds, que representan a la cocina de autor, ya tienen a sus sustitutos, como los fondos de fondos hedge, en los que se mezclan varias estrategias. Es una buena fórmula para inversores poco especializados, que se conforman con una cocina creativa de mercado. Habrá que esperar a ver sus resultados, aunque ya muchos gestores auguran que este tipo de hedge funds pasará a fusionarse con los fondos tradicionales de bolsa. Una mezcla que puede suponer el fin de unos y otros. Me quedo con otra frase del polémico Santamaría: "Algunos quieren aparentar más que ser". Aunque difícil, el inversor debe aprender a distinguir el grano de la paja. El otro día le escuché a Sebastián Álvaro, director de Al filo de lo imposible, que la diferencia entre un audaz y un imprudente está en que el primero es el que puede contarlo. Con la llegada de los hedge, el inversor tiene que ser consciente de que compra dos cosas: por un lado ideas de inversión muy complejas y, por otro, capacidades de las gestoras para poner en marcha estas estrategias. Si el cóctel funciona nos pondremos en manos de alguien que puede dirigir la cordada de ascenso a un ochomil, llevar el timón de una travesía oceánica o conducirnos sin pérdida por las dunas del desierto. El problema es que si falla uno de los dos elementos del cóctel nos podemos precipitar al vacío, vagar a la la deriva o perecer a distancias insalvables de un oasis. El mundo de la inversión verdadera en hedge, porque no todo lo que se comercializa es verdadero, supone aceptar que se puede llegar a hacer cumbre en el Everest y caer a una fosa abisal, pero sólo "cuando baja la marea uno se puede dar cuenta de quien estaba nadando desnudo", como dice Buffet. La ventaja que tienen los hedge que están al alcance de los particulares es que dejan al partícipe con el bañador puesto si baja la marea. Al tratarse de cestas de fondos, se compran muchas estrategias, y las negativas se compensan con las positivas. El problema de esto es que el resultado puede ser muy plano y dejarnos con la sensación de llevar el bañador de flores por debajo de la rodilla de hace quince años.