El eslalon de la economía española, del que hoy, tenemos certeza, echando la vista atrás, a los primeros días de vida de elEconomista, en 2006 era algo más que una intuición. El responsable de la economía en aquellos momentos, Pedro Solbes, al que Rodríguez Zapatero recurrió en su accidentada llegada al poder como garantía de que no se cometerían extravagancias pese al izquierdismo pronunciado del Gabinete, sólo veía una parte de los problemas, de otros no parecía darse cuenta, o no convenía ponerlos de relieve prematuramente. "Somos un país rico", decía en este periódico Pedro Solbes, "aunque no lo notemos o no lo queramos creer". El vicepresidente del Gobierno y ministro de Economía y Hacienda, sin embargo, algo intuía cuando alertaba de la baja productividad de la economía española y de la necesidad de transparencia de la financiación del sector inmobiliario. Visto en perspectiva, aquellos temores estaban justificados. Unos días más tarde, el director gerente del Fondo Monetario Internacional, Rodrigo Rato, respondía en estas mismas páginas a Pedro Solbes: "Los desequilibrios de la economía española van en aumento". "El superávit presupuestario debe ser mayor del previsto por el Gobierno". "Es necesario un equilibrio fiscal de las Comunidades Autónomas". Eran tres advertencias que tenían un sentido. El Gobierno de Rodríguez Zapatero se dejaba mecer por una economía que seguía con altas tasas de crecimiento (el PIB se anotó en 2006 un crecimiento del 4 por ciento), pero que había interrumpido, precisamente, aquello que dio lugar a ese periodo exitoso: las reformas. No sólo eso. La incipiente cultura del déficit público cero, que costosamente se introdujo en el periodo político anterior, se difumina en manos de una de las más controvertidas creaciones del Gobierno socialista, la Oficina Económica del Presidente del Gobierno, a cuyo frente, Rodríguez Zapatero pone a su mentor económico, Miguel Sebastián. De esa oficina parten no sólo decisiones controvertidas, sino que se acuña en ella la teoría del "superávit a lo largo del ciclo" que afloja los controles del gasto público en medidas con una importante carga política, en aras de que el Gobierno es socialista. La OCDE emplazaba a España en el ecuador de 2006: "La coyuntura española se deteriora e inicia un proceso de degradación. El llamamiento cayó en vacío. ¿Para qué hacer reformas con el país embalado? ¿Para qué ponerse límites si España tiene una tasa de paro del 8,3 por ciento, insólita en nuestros anales? ¿Por qué vamos a preocuparnos cuando los precios crecen por encima del coste del dinero? A mediados de 2007 saltaron todas las alarmas en el mundo financiero. Pero en España todavía se crece por encima del 3,6 por ciento. Los bancos españoles no operan con los derivados carcomidos, los edificios se elevan como globos aerostáticos. La crisis, una vez más, no va con nosotros. Estamos blindados. Esta actitud, apoyada en datos declinantes, pero todavía relativamente buenos, le da correa al Gobierno para ganar en 2008 las elecciones generales a costa de mantener ocultos los pronósticos propios y extraños sobre una economía que se desliza por la pendiente a velocidad uniformemente acelerada. Los precios de las materias primas se disparan, la inflación sube, las hipotecas se elevan y al final se constata la desnudez de la economía española frente a los cambios radicales en todo el mundo. Es mal momento para hacer reformas, hay que esperar a que esta tormenta escampe. Es la hora del déficit, no del superávit, a lo largo del ciclo. Pedro Solbes, el mascarón de proa de la economía de Rodríguez Zapatero, se tambalea al constatar que España entra en recesión en el cuarto trimestre de 2008. Insospechadamente, la economía cae en manos de Elena Salgado al concluir el primer año de la legislatura. Casi un año ha tardado la vicepresidenta y ministra de Economía y Hacienda en descubrir la piedra filosofal: hay que hacer reformas. Pero ahora han de ser más profundas y más rápidas. 1, 27 millones de parados en un solo año es un pesado fardo para el presupuesto. La cultura del déficit cero se convierte en la legitimación del déficit del 11,4 por ciento del PIB, cosechado en 2009. En la perspectiva de los cuatro años de existencia de este diario, el país puede parecer irreconocible, pero es el mismo. Lo que ha ocurrido es que ha estado mal gobernado. Del cigarrismo de la etapa de Pedro Solbes hemos pasado a un supuesto hormiguismo con Salgado. Lo que pasa es que el invierno se echó encima.