madrid. Mientras el largometraje del extravagante Borat devora la taquilla estadounidense, otra producción que desde sus primeros rodajes contó con presencia y notoriedad se ha quedado estancada en las salas de cine norteamericanas. A pesar de que Banderas de nuestros padres es la versión americana que Clint Eastwood ha hecho sobre la batalla de Iwo Jima durante la II Guerra Mundial, la caja que ha hecho en su país de origen ha sido menor de la esperada. La cuentas no le salen a un Eastwood que, junto con Steven Spielberg logró reunir 90 millones de dólares para la elaboración de esta superproducción, que se ha distribuido en 1.900 salas de cine en EEUU. Sin embargo, sólo ha recaudado 33 millones desde que la estrenara hace más de dos meses. Todavía queda por contabilizar lo que ingrese tras su exposición en otros países como España -donde acaba de llegar-, dinero con el que intentarán rentabilizar la elevada inversión. En esta película relata la batalla que tuvo lugar en los primeros meses de 1945 y que fue la más sangrienta de cuantas se libraron en el Pacífico durante la II Guerra Mundial. En ella murieron 24.000 soldados japoneses y cerca de 7.000 estadounidenses. El director, el mismo que durante años se forjó su reputación con tiros y sangre en el oeste más famoso de Hollywood, clama por la paz, denuncia la futilidad de todas las guerras e inyecta una buena dosis de moral a Estados Unidos. La versión japonesaPero para hacer una revisión más exacta de la historia, Eastwood también ha querido contar esta batalla desde el punto de vista japonés. Poco tiempo después de terminar de rodar Banderas de nuestros padres inició Cartas desde Iwo Jima, una película contada, según su director, tal y como la vivió el ejército nipón. De hecho, Eastwood ha querido ser lo más leal posible con esta versión que, a pesar de contar con un presupuesto mucho menor (costó 20 millones de dólares), fue rodada íntegramente en japonés y contó con una remesa de actores cien por cien nativos. Se acaba de estrenar en Estados Unidos aunque ya ha llegado a Japón, donde este largometraje está teniendo una buena acogida. Durante el primer fin de semana tras su estreno -a mediados de noviembre-, logró una recaudación de 493 millones de yenes. No es para menos. Aunque magnificada como muchas guerras por los medios de comunicación, la conquista de la isla de Iwo Jima ha quedado grabada en la mente de los vencedores y vencidos. Para las generaciones futuras, queda la foto de los seis soldados clavando la bandera norteamericana en la cima del monte Suribachi. La instantánea que recoge una realidad del pasado y que entonces supo manejar con maestría el gobierno del presidente Franklin Roosvelt, que utilizó la imagen de esos soldados-héroes como herramienta propagandística para recaudar dinero para la guerra. La película Banderas de nuestros padres está basada a su vez en el libro que escribió sobre este momento de la historia James Bradley, hijo de uno de esos militares que llegó a la cima de Suribachi, a la cima de la fama en Estados Unidos y a la cima del más absoluto olvido cuando concluyó la manipulación de la opinión pública del Ejecutivo estadounidense. Bradley publicó su libro en el año 2000 y desde entonces Clint Eastwood se empeñó en conseguir los derechos para llevarlo al cine. Aunque fue más rápido Steven Spidlberg, llegaron a un acuerdo por el que Eastwood se encargaba de dirigir y Spielberg de producir. A pesar de que los espectadores norteamericanos no se han mostrado demasiado interesados en este largometraje, la crítica se ha volcado en alabanzas. De hecho, ha sido nominada a los Globos de Oro, y Cartas desde Iwo Jima, ya gana puntos en la carrera hacia los Oscar.