"Las preguntas echan abajo la arrogancia dogmática", dijo Russellmilán. ¿Para qué sirve la filosofía? Ésta es la típica pregunta que los filósofos de profesión consideran muy ingenua o demasiado irreverente. La filosofía, responderán, no debe servir para nada. Es una de las más nobles actividades humanas. Es amor puro y desinteresado por el conocimiento. Lo dice, en griego, la propia palabra. Desde ahí brotan las preguntas fundamentales e irrenunciables sobre las que, desde hace casi tres milenios, se inclinan las mejores mentes de la Humanidad: ¿cuál es el origen del mundo? ¿De qué está hecho? ¿Por qué cambian las cosas? ¿La existencia del hombre está destinada a desaparecer con la muerte? ¿La vida tiene sentido o es una fútil agitación para nada? ¿Somos libres para elegir o está todo escrito? ¿Cómo debemos comportarnos con nuestros semejantes? ¿Existe Dios? ¿Hay Justicia más allá de los hombres? ¿Hay normas para orientar nuestra conducta en la vida cotidiana? ¿Cómo debemos vivir?Éstas sí son preguntas para plantearse, dirá nuestro filósofo profesional. Pero si uno intenta saber para qué sirve la filosofía, la respuesta puede ser que sirve para evitar que se hagan preguntas inadecuadas como ésta. En el fondo, uno de los objetivos de la filosofía, según Ludwig Wittgenstein, es precisamente el de desarrollar, para cada aspecto de la vida y del conocimiento, la capacidad de plantear las preguntas justas, evitando dar vueltas como peonzas en torno a falsos problemas o a cuestiones mal planteadas."La filosofía -escribió Bertrand Russell- se estudia no por amor a dar respuestas precisas, sino por amor a las preguntas. Porque éstas amplían nuestra concepción de lo que es posible, enriquecen nuestra imaginación y echan abajo la arrogancia dogmática que indispone la mente a la especulación".Preguntas, preguntas, preguntas. Éste es el espíritu con el que hay que acercarse a la lectura de los clásicos. Tras cada uno de estos interrogantes no será difícil descubrir a uno o más autores del pasado que se los hayan planteado: desde Sócrates a Platón, Aristóteles, San Agustín, Santo Tomás, Kierkegaard, Marx, Nietzsche o Heidegger...