Elecciones País Vasco 2016
Sánchez, Galicia, Euskadi: encontrar el Norte para evitar el Sur
- El líder socialista se juega parte de su futuro en estas autonómicas
Carlos Mier
El gobierno (suspiro). Ese gobierno que parecía feliz a tu lado pero que se fue a por tabaco y ya va para un año que no vuelve. Ese condenado gobierno que ni está, ni se le espera, y que parece incluso cosa de un pasado lejano y distópico en el que había posiciones que criticar y leyes que lamentar. Ese universo paralelo en el que se tomaban decisiones.
Como no hay nadie a quién controlar no hay sesiones de control, sin nada que decidir no hay comisiones, sin nada que debatir no hay plenos, y sin nada de lo que ocuparse no hay manera de ocupar el tiempo. Y a los políticos les pasa como al diablo. Cuando no tienen nada que hacer, matan moscas con el rabo.
Es por eso que los representantes del rodeo institucional dedican sus desahogadas agendas a consumir las semanas dirimiendo cuitas intestinas más propias de los periodos renovadores post-debacle electoral que del tiempo del pacto y la negociación. Debate interno, lo llaman, y tendremos que creerles. Ya lo decía el manual de la buena revolución, que los cambios no te pillen en el medio.
En ese fuego cruzado sereno y democrático de puñales bien afilados anda deambulando la cabeza de Pedro Sánchez, con una diana pintada en la frente, mientras enarbola su sonrisa de secretario general como si no pasara absolutamente nada. Resistir es vencer, que diría su vecino de arriba, presidente en funciones ad infinitum por la gracia de la Constitución y por obra de un bloqueo a cuatro bandas en el que ya nadie sabe muy bien a quién le toca tirar el siguiente dardo.
Y Sánchez lo sabe. Sabe que es hora de jugar con el tiempo y con el espacio, sabe que el Congreso menos ordinario de la historia de los congresos tiene que celebrarse tarde o temprano y que más le vale ponerse delante de la militancia socialista con algo que ofrecer. Una (otra) debacle electoral en las elecciones gallegas y vascas que se celebran este domingo cavaría los últimos metros de su fosa. De momento, su obstinada resistencia a comerse el marrón de la abstención, combinada con la fantasía de formar gobierno con 85 diputados -y un buen arsenal de contradicciones- parece estar sirviéndole para llegar a la próxima estación entre los abucheos de sus propios compañeros de pelotón. Correligionarios que bajo la genérica -espeluznante- denominación de 'barones' cuchichean en privado y deslizan en público, pues creen saber cuál es la solución exacta para una socialdemocracia herida.
Tras los últimos movimientos, podría decirse que los agitadores de silla han pasado de la fase 'amenaza velada' a la fase 'esgrima verbal'. En el mismo momento en el que la presidenta andaluza, Susana Díaz, dijo aquello de que "con 85 diputados, no se puede gobernar", todos dieron por hecho que el sector crítico con Pedro Sánchez había subido la apuesta y que esta vez el asunto va en serio. La respuesta del secretario general tardó en llegar una semana: convocar el Comité federal para el día dos de octubre y explicar allí que, efectivamente sí se puede (guiño, codazo) formar gobierno con 85 diputados. Otra cosa es que se deba.
Pero antes de eso, otra piedra en el camino. Mirada hacia el Norte. Las elecciones vascas y gallegas marcarán el camino a seguir. La irrelevancia socialista en dos plazas difíciles de por sí podría provocar el motín definitivo. Un buen resultado silenciaría el ruido de sables. Sánchez echa una mirada al Norte para evitar el Sur, latitud desde la que el susanismo pretende su asalto a Madrid.
Galicia: la palabrita de marras
Si hace un año nos hubiesen prometido un euro por cada vez que la palabra sorpasso fuera leída o escuchada ya seríamos millonarios. Y cuando creíamos que ya íbamos a tardar tiempo en pronunciarla o escribirla otra vez, van y llegan las elecciones gallegas. Independientemente de la nueva mayoría absoluta del candidato popular Alberto Núñez Feijóo, al PSOE de Sánchez le valdría con ser segundo y liderar la oposición para salir mínimamente reforzado del entuerto.
Asaltar uno de los feudos del PP por excelencia parece cosa de meigas, así que los esfuerzos se centran en que el candidato socialista, Xoaquín Fernández Leiceaga, consiga ser el vocero de la oposición. Si En Marea logra superar al PSdeG, como pronostican casi todas las encuestas, problemas para el secretario general. Eso sí, si Feijóo no alcanza los ansiados 38 diputados y el PSdeG cosecha más diputados que la marca gallega de Podemos, el champán correrá por Ferraz.
Ser algo en Euskadi
En el caso de Euskadi, las exigencias van por otros derroteros. La irrupción de Podemos en el panorama político vasco amenaza con lastrar tanto a los socialistas vascos como a EH-Bildu, siendo el PSE-EE el partido que podría sufrir una erosión mayor. Algunas encuestas incluso dejan a Idoia Mendía, sanchista para más inri, con la mitad de diputados de los que tiene el PSE ahora mismo, pasando de 16 a 8. Sin embargo, incluso una pérdida acusada de diputados podría maquillarse con la necesidad que tenga el PNV de tirar de los socialistas para formar un gobierno estable que evite aventuras con abertzales y podemitas. Ser útiles, vamos.
Por si acaso todo saliera mal, o todo lo mal que se pudiera soportar, Sánchez aún guarda un as en la manga. Como adelantó este jueves El Correo con una información de la agencia Colpisa, el secretario general podría jugarse el órdago de convocar el Congreso ordinario en el próximo Comité federal y plantear una votación exprés para decidir el próximo líder socialista para el próximo 23 de octubre, días antes de acabar el plazo de disolución de Cortes que marcaría el camino a las terceras elecciones. De ganar, Sánchez tendría tiempo de intentar formar gobierno con el respaldo de la militancia y construir su relato particular de bloqueo ajeno de cara a los nuevos comicios de diciembre. De perder, dejaría el engorro de la abstención al siguiente secretario (o secretaria) general. La respuesta, una vez más, está en las papeletas.