Grecia, entre la espada y la pared
La incapacidad de Grecia de volver a poner contra las cuerdas al resto de la zona del euro, en caso de plantear un impago de deuda, es manifiesta desde varios puntos de vista. El más importante de ellos se encuentra en la distribución misma de ese pasivo, muy diferente a la que presentaba en el apogeo de la crisis del euro, entre 2010 y 2012.
Entonces, los bancos franceses y alemanes presentaban una gran exposición a los bonos helenos. En 2015, por el contrario, el 75% de los activos pertenece a la troika, y sólo un 1% figura en balances de entidades extranjeras. El organismo formado por el BCE, la UE y el FMI ha cauterizado, así, la herida que representa Grecia y el posible efecto contagio de un default griego sería pequeño. La mejor prueba de ello es el sosiego con el que los mercados se comportaron en el día posterior a la victoria electoral que cosechó Syriza (el Podemos griego).
Los inversores dan mucha mayor importancia al programa de compras masivas de activos que el BCE anunció la semana pasada y que ha terminado de estrechar el cordón sanitario en torno al país mediterráneo. Dentro de ese cerco se encuentra un nuevo primer ministro, Alexis Tsipras, que tiene que hacer frente, este año, a un vencimiento de deuda por valor de 32.200 millones, más del 10 por ciento del pasivo total del país. Constituye un reto imposible de afrontar, en el caso de que Tsipras se encastille en su maximalismo, contrario a las reformas y ajustes, y se niegue a renovar el programa de auxilio europeo en marzo. En sólo dos meses, además, es improbable que Atenas pudiera manejar una negociación en la que tiene todas las de perder, ya que ahora la Unión Monetaria sí puede asimilar su salida del euro.