Editorial: Eroski, con la soga al cuello
Cuando el pasado mes de noviembre estalló el tsunami de Fagor, los responsables de Eroski no quisieron ver las consecuencias que tendría sobre su negocio la quiebra de la empresa de electrodomésticos. Es más, negaron una y otra vez que pudiera haber efecto contagio y rechazaron que la Corporación Mondragón prestase ayuda a Fagor. El mensaje del grupo no pudo ser más claro: la solidaridad acaba donde empieza la supervivencia del otro. E inyectar dinero a Fagor era, en su opinión, tirar el dinero.
Pero esa huida hacia adelante tiene hoy un precio muy caro que pone en cuestión el futuro del grupo. Eroski se ha doblegado a las exigencias de la banca y ha aceptado aplicar a los inversores una quita del 30%. Según un comunicado a la CNMV, se propondrá a los titulares de 660 millones de deuda perpetua compensarles en efectivo el 15 por ciento del valor nominal y hacer un canje del 55% por bonos a a un plazo de 12 años.
A cambio, el grupo exige a las entidades acreedoras una quita del 50% de su deuda (sobre un total de 2.500 millones) y amenaza con suspender el pago de 37 millones que vence el 31 de enero. El pulso entre los responsables de este error y horror (el de los 80.000 empleados del grupo) no parece fácil, más si se tiene en cuenta que los tenedores de Aportaciones Financieras Subordinadas, pequeños ahorradores que confiaron a fe ciega en la mayor cooperativa del mundo, han rechazado la propuesta.
No quieren papelitos. La palabra confianza se quedó en el camino, cuando la empresa sucumbió al estallido de la burbuja inmobiliaria. La posibilidad de no llegar a un acuerdo puede arrastrar definitivamente al grupo. Una posibilidad que tenían que haber previsto los responsables de Eroski.