Editorial: ¿Otro punto rojo para la recuperación de la economía?
Como en una película de desastres naturales de Hollywood, cincuenta hombres se quedaban ayer solos ante peligro, inmersos en una batalla contrarreloj por enfriar los reactores de Fukushima. El resto de la plantilla, unos 740, abandonaba la central. Ya no importaban las declaraciones contradictorias de políticos y encargados intentando tranquilizar al público. Los problemas volvían, y un primer ministro desesperado, Naoto Kan, descargaba sus culpas arremetiendo contra la empresa responsable de la planta por "haberle mantenido desinformado". Algo que no extrañaba a nadie, conocido el largo historial de informes manipulados y ocultaciones por parte de la compañía de electricidad de Tokio. La desconfianza había arraigado.
Sólo que al dinero no le gusta tanta épica hollywoodense. Enseguida, los mercados de todo el mundo reflejaban la incertidumbre. Vendían acciones para refugiarse en los bonos alemanes y estadounidenses. Además de las dudas sobre el suministro de energía en el país, cotizaban una reducción de la demanda japonesa y una contracción de su PIB que durará unos meses. Los inversores se olvidaban de que dentro de un par de trimestres el impulso de la reconstrucción compensará la caída del PIB. Tampoco tenían en cuenta que el Banco de Japón aprovecha una economía deflacionaria para imprimir billetes, de modo que haya dinero fresco disponible y se frene una repatriación brusca de fondos, justo lo que podría relanzar de nuevo un yen ya muy fortalecido y lastrar aún más las importaciones niponas. Otro factor soslayado era la ingente cantidad existente de ahorros japoneses, capaces de financiar la inversión que ahora se precisa. Por no hablar de que la mayor parte de su deuda pública está en manos nacionales, así que un alza hasta el 215 por ciento del PIB en el endeudamiento estatal bien podría resistir la especulación. E incluso todo el consumo que pueda reducirse en Japón ya no resulta tan importante para Asia, si se compara ahora con el peso de China o India. Y el papel que inyectará el Banco de Japón supondrá inversión que no habrá que retirar de otra parte, sobre todo de la deuda de EEUU.
Por todo ello, el castigo de ayer en los mercados parecía excesivo y deja las acciones sobre el parqué nipón muy baratas. Sin embargo, los inversores nunca se detienen a valorar si el pánico está justificado. Sencillamente buscan cobertura para su dinero. Y esto se trasladó a los precios del petróleo, que daban por hecho una desaceleración de la demanda japonesa. Para colmo, saltaba el rumor sobre la posibilidad de que Trichet considerase en tal coyuntura limitar las subidas de tipos, lo que empujó al euribor a la baja. Se dejaba a un lado que los problemas en los reactores pueden terminar por paralizar los planes de construcción de plantas nucleares en todo el mundo, y eso pondrá presión sobre los precios del crudo precisamente cuando la inestabilidad continúa en Oriente Medio. Libia ya ha recortado un tercio de su producción y los sauditas han demostrado que han perdido los nervios entrando con sus tropas en Bahréin.
Pese a la sobrerreación, no ha habido un cambio tan significativo en el escenario económico mundial. Estados Unidos sigue creciendo y la tensión se encuentra más bien en el hecho de que tanto EEUU como Japón están exportando una política monetaria relajada, algo que pronto puede plasmarse en que los países emergentes exporten de vuelta esa liquidez vía precios en las materias primas. Lo que, a su vez, podría asestar un hachazo a la demanda agregada de Occidente. El panorama sigue crudo.
Como en una película de desastres naturales de Hollywood, cincuenta hombres se quedaban ayer solos ante peligro, inmersos en una batalla contrarreloj por enfriar los reactores de Fukushima. El resto de la plantilla, unos 740, abandonaba la central. Ya no importaban las declaraciones contradictorias de políticos y encargados intentando tranquilizar al público. Los problemas volvían, y un primer ministro desesperado, Naoto Kan, descargaba sus culpas arremetiendo contra la empresa responsable de la planta por "haberle mantenido desinformado". Algo que no extrañaba a nadie, conocido el largo historial de informes manipulados y ocultaciones por parte de la compañía de electricidad de Tokio. La desconfianza había arraigado.
Sólo que al dinero no le gusta tanta épica hollywoodense. Enseguida, los mercados de todo el mundo reflejaban la incertidumbre. Vendían acciones para refugiarse en los bonos alemanes y estadounidenses. Además de las dudas sobre el suministro de energía en el país, cotizaban una reducción de la demanda japonesa y una contracción de su PIB que durará unos meses. Los inversores se olvidaban de que dentro de un par de trimestres el impulso de la reconstrucción compensará la caída del PIB. Tampoco tenían en cuenta que el Banco de Japón aprovecha una economía deflacionaria para imprimir billetes, de modo que haya dinero fresco disponible y se frene una repatriación brusca de fondos, justo lo que podría relanzar de nuevo un yen ya muy fortalecido y lastrar aún más las importaciones niponas. Otro factor soslayado era la ingente cantidad existente de ahorros japoneses, capaces de financiar la inversión que ahora se precisa. Por no hablar de que la mayor parte de su deuda pública está en manos nacionales, así que un alza hasta el 215 por ciento del PIB en el endeudamiento estatal bien podría resistir la especulación. E incluso todo el consumo que pueda reducirse en Japón ya no resulta tan importante para Asia, si se compara ahora con el peso de China o India. Y el papel que inyectará el Banco de Japón supondrá inversión que no habrá que retirar de otra parte, sobre todo de la deuda de EEUU.
Por todo ello, el castigo de ayer en los mercados parecía excesivo y deja las acciones sobre el parqué nipón muy baratas. Sin embargo, los inversores nunca se detienen a valorar si el pánico está justificado. Sencillamente buscan cobertura para su dinero. Y esto se trasladó a los precios del petróleo, que daban por hecho una desaceleración de la demanda japonesa. Al mismo tiempo, saltaba el rumor sobre la posibilidad de que Trichet considerase en tal coyuntura limitar las subidas de tipos, lo que empujó al euribor a la baja. Se dejaba a un lado que los problemas en los reactores pueden terminar por paralizar los planes de construcción de plantas nucleares en todo el mundo, y eso pondrá presión sobre los precios del crudo precisamente cuando la inestabilidad continúa en Oriente Medio. Libia ya ha recortado un tercio de su producción y los sauditas han demostrado que han perdido los nervios entrando con sus tropas en Bahréin.
Pese a la sobrerreación, no ha habido un cambio tan significativo en el escenario económico mundial. Estados Unidos sigue creciendo y la tensión se encuentra más bien en el hecho de que tanto EEUU como Japón están exportando una política monetaria relajada, algo que pronto puede plasmarse en que los países emergentes exporten de vuelta esa liquidez vía precios en las materias primas. Lo que, a su vez, podría asestar un hachazo a la demanda agregada de Occidente. El panorama sigue crudo.
Como en una película de desastres naturales de Hollywood, cincuenta hombres se quedaban ayer solos ante peligro, inmersos en una batalla contrarreloj por enfriar los reactores de Fukushima. El resto de la plantilla, unos 740, abandonaban la central. Ya no importaban las declaraciones contradictorias de políticos y encargados intentando tranquilizar al público. Los problemas volvían, y un primer ministro desesperado, Naoto Kan, cargaba contra la empresa responsable de la planta por haberle mantenido desinformado. Algo que no extrañaba a nadie, conocido el largo historial de informes manipulados y ocultaciones por parte de la compañía de electricidad de Tokio. La desconfianza había arraigado.
Sólo que al dinero no le gusta tanta épica hollywoodense. Enseguida, los mercados de todo el mundo reflejaban la incertidumbre. Vendían acciones para refugiarse en los bonos alemanes y estadounidenses. Además de las dudas sobre el suministro de energía en el país, cotizaban una reducción de la demanda japonesa y una contracción de su PIB que durará unos meses. Los inversores se olvidaban de que dentro de un par de trimestres el impulso de la reconstrucción compensará la caída del PIB. Tampoco tenían en cuenta que el Banco de Japón aprovechaba una economía deflacionaria para imprimir billetes, de modo que hubiese dinero fresco disponible y se frenase una repatriación brusca de fondos, justo lo que podría relanzar un yen ya muy fortalecido y lastrar aún más las importaciones niponas. Otro factor soslayado era la ingente cantidad existente de ahorros japoneses, capaces de financiar la inversión que ahora se precisa. Por no hablar de que la mayor parte de la deuda pública japonesa está en manos de los nacionales, así que un alza hasta el 215 por ciento del PIB en el endeudamiento estatal bien podría resistir la especulación. E incluso el consumo que pueda reducirse en Japón ya no resulta tan importante para Asia, si se compara ahora con el peso de China o India. Además, el dinero que inyecta el banco de Japón supondrán fondos que no habrá que retirar de otra parte, sobre todo de la deuda pública de Estados Unidos.
Por todo ello, el castigo de ayer en los mercados parecía excesivo y deja las acciones sobre el parqué nipón muy baratas. Sin embargo, los inversores nunca se detienen a valorar si el pánico está justificado. Sencillamente buscan cobertura para su dinero. Y esto se trasladó a los precios del petróleo, que daban por hecho una desaceleración de la demanda japonesa. El rumor sobre la posibilidad de que Trichet considerase ahora limitar las subidas de tipos se plasmó en un euribor a la baja. Se dejaba a un lado que los problemas en los reactores pueden terminar por paralizar los planes de construcción de plantas nucleares en todo el mundo, y eso pondría presión sobre los precios del crudo precisamente cuando la inestabilidad continúa en Oriente Medio. Libia ya ha recortado un tercio de su producción y los sauditas demostraban que habían perdido los nervios entrando con sus tropas en Bahrein.
Pese a la sobrerreación, no ha habido un cambio tan significativo en el escenario económico mundial. Estados Unidos sigue creciendo y la tensión se encuentra más bien en el hecho de que tanto EEUU como Japón están exportando una política monetaria relajada, algo que pronto puede plasmarse en que los países emergentes exporten de vuelta esa liquidez vía precios en las materias primas. Lo que, a su vez, podría dar un hachazo a la demanda agregada de Occidente. El panorama sigue crudo.