El mes de octubre, como dice un anuncio, no le gusta ni a los que cumplen años. Si hay un motivo esencial es que pierdes luz solar a la velocidad del sonido y empieza a hacer frío. Pero en bolsa tiene un estigma particular. El décimo del año puesto uno detrás de otro en meses es históricamente el de los grandes naufragios en los mercados. Es el mes de los ocasos. En el que estalló la Burbuja de los Tulipanes; el del crash del 29, que dio pie a la Gran Depresión; y fue otro octubre, el del 87, en el que tembló Wall Street. Octubre y rojo podrían ser sinónimos. Y este está claro que lo volverá a ser.
Tras la última semana las consultas de los psicólogos de mercado se han llenado de inversores que desprecian los riesgos, a los que incomodan las caídas de cuchillo clavándose en mantequilla, porque son especuladores que se resisten a vender cuando se pierden niveles técnicos o se supera su capacidad de aguante. La primera lección en bolsa debería ser que solo puede recomprar quien tiene liquidez. Y el prefacio es que solo se debe invertir el dinero que no se necesita.