Hay fechas que se quedan grabadas en la memoria para siempre. Hay fechas en las que todo el mundo se acuerda de lo que estaba haciendo cuando sucedió. Y, al menos para todo el que hace 10 años trabajara o tuviera cierto interés en el mundo financiero, una de esas fechas es el 15 de septiembre de 2008, el día en el que Lehman Brothers quebró.
Lo hizo de madrugada, como buen cisne negro que fue, después de que el entonces secretario del Tesoro de Estados Unidos, Hank Paulson, fracasara en su intento de buscar una solución para salvar al banco sin dinero público, sobre todo después de que apenas una semana antes había tenido que tirar de chequera para salvar a las hipotecarias Fannie Mae y Freddie Mae. Al fin y al cabo, ya lo había conseguido seis meses antes con el rescate de Bear Strearns por parte de JP Morgan. Esta vez no funcionó para sorpresa tanto de Ben Bernanke, entonces presidente de la Reserva Federal (Fed), como del propio Paulson. Ambos estaban convencidos de que el precedente de Bear Stearns, y el hecho de que las acciones de Lehman acumularan una caída del 70% en apenas 12 meses, implicaba que el mercado ya descontaba un trágico final para ese banco de inversión que comenzó vendiendo algodón en una tienda de Alabama.