Hace mucho más de una década, en una reunión de directivos de British Airways -que tenía una pequeña participación cruzada con Iberia-, en la que se analizaba la fortísima competencia que Lufthansa y Air France serían en el futuro, alguien dijo que "el mejor amigo es el vecino de tu enemigo".
París y Fráncfort, con aeropuertos mucho más modernos y desahogados que Londres, se habían convertido en hubs competitivos para el tráfico tanto del Atlántico como hacia el este, mientras que Madrid asomaba con la T4 de Barajas -hoy Adolfo Suárez- como punto gordiano de la interconexión con Latinoamérica. Las negociaciones tardaron años en cerrarse, y solo fructificaron en el momento en el que accionarialmente se encontró una paridad entre los accionistas -siempre mandaban los ingleses, porque tenían unas compañías más grandes-. Pero existía un fortísimo desequilibrio financiero entre las dos antiguas aerolíneas de bandera.