Partidarios del divorcio y la continuidad coinciden: la propuesta es la peor posibleEl alivio de Theresa May por el principio de acuerdo de divorcio alcanzado en Bruselas duró lo que le llevó presentar la propuesta a su Gabinete, es decir, menos de 24 horas. Las expectativas generadas por el desbloqueo de un proceso que parecía condenado a una salida caótica toparon con la realidad de un país dividido. Con todo, en la reunión extraordinaria convocada por la primera ministra para recabar la bendición de su Gobierno, May logró finalmente el respaldo de sus ministros "por el interés nacional". Con todo, el verdadero consenso aparece ahora, irónicamente, entre partidarios del Brexit y defensores de la continuidad en la Unión Europea, que por primera vez coinciden en algo: la propuesta sobre la mesa constituye lo peor de los dos mundos. La premier sabía que convencer a su Ejecutivo sería complicado, pero según los plazos que Downing Street había manejado -tres horas de encuentro que acabaron siendo cinco-, claramente minusvaloró los reparos que el entendimiento alcanzado con Bruselas generan. La reticencia en su Gabinete, sin embargo, es el menor de sus problemas comparado con el terremoto que se está cocinando en su grupo parlamentario, donde el sector eurófobo ha iniciado ya los trámites para provocar un asalto al liderato, convencido de que desalojarla del Nú-mero 10 les dará el Brexit que ansían. Antes incluso de haber tenido la oportunidad de revisar las más de 500 páginas del documento pactado en Bruselas, ya habían decidido emprender el amotinamiento. El conflicto fundamental radica en que tanto quienes defienden la continuidad, como los que abogan por romper con el bloque, consideran que Reino Unido sale peor parado de lo que implica la pertenencia actual. Para los brexiteros, este desenlace supone una declaración de guerra, puesto que cuestiona la repatriación de la soberanía que habían demandado como apelación fundamental durante la campaña del referéndum. Mientras, en opinión de los que apoyaban seguir en la UE, la solución implica perder privilegios, a cambio de ninguna prestación tangible, ya que el alineamiento normativo previsto impedirá a Londres establecer los pactos comerciales bilaterales que, en el aspecto más positivo, la ruptura debería acarrear. Por ello, su reclamación de un segundo plebiscito gana enteros y el respaldo parlamentario que lo ampara es también mayor. Lo mejor posible Para May, el debate es más sencillo: el acuerdo no es perfecto, pero es "lo mejor que podrán conseguir", por lo que, según defendió ayer al término de la reunión, apoyarlo es lo único que garantiza un Brexit ordenado. Ya antes había advertido en el Parlamento de que no habrá una nueva consulta, pero es su decisión de abandonar mercado común y unión aduanera, es decir, su interpretación de lo que los electores demandaron con la salida, la que ha llevado la negociación a un ejercicio de funambulismo político extremo. Ambas partes prometieron desde el principio evitar una frontera con Irlanda, una coincidencia que, en el acuerdo, liga a Reino Unido a las normas comunitarias más de lo que los eurófobos están dispuestos a aceptar y que cuestiona el sentido mismo de abandonar: las leyes europeas deberán ser replicadas, pero los británicos pierden voz y voto sobre las mismas, un poder que, sin embargo, le garantiza su presencia en la UE. La propia delegación negociadora de Bruselas, encabezada por Michel Barnier, había admitido a los embajadores de los Veintisiete que lo pactado significa para el bloque una ventaja competitiva, frente a la desventaja económica para Londres. Uno de los motivos evidentes es que perderá inversión foránea, puesto que dejará de ser un punto de acceso al mercado común.