Cultura

Jaume Plensa asciende a la sagrada montaña de Montserrat



    Monasterio de Montserrat (Barcelona), 10 may (EFE).- Han pasado muchos años, pero el escultor Jaume Plensa recuerda perfectamente aquellos días en los que, junto a sus padres, subía a la montaña de Montserrat y desde una de las celdas, abría una ventana por la noche para mirar el cielo estrellado y escuchar el silencio del lugar.

    Ahora, ha vuelto al macizo rocoso para instalar en el atrio de la basílica de Santa María una escultura de gran formato, "Anna", una cabeza realizada con hilo de acero inoxidable transparente, y para inaugurar este viernes, y hasta el mes de noviembre, una exposición de obra gráfica centrada en el ser humano en el Museo de Montserrat.

    El proyecto empezó a tomar forma después de que en el año 2015 expusiera en el marco de la bienal de Venecia en la basílica veneciana de San Giorgio Maggiore, diseñada por Andrea Palladio, y que gestiona una comunidad benedictina, y el director del museo catalán, el padre Laplana, -hoy un hombre feliz- pensara que podría crear una instalación parecida para este espacio.

    Plensa, partidario siempre de intervenir a través del arte en el espacio público, ha mostrado su satisfacción por la petición del padre Laplana y ha dicho que, al final, acabó escogiendo para la entrada de la iglesia la escultura de una niña "que tiene una belleza muy mediterránea, muy clásica, muy suave, que combina muy bien con la forma de los arcos, en un espacio que todavía es mezcla de lo más humano y lo más sagrado".

    "Es una pieza, a diferencia de la que hay actualmente junto al Rockefeller Center, totalmente transparente, que obliga a cierta percepción visual, a buscar con tu mirada las formas de la cara y la cabeza de una pequeña con los ojos cerrados, que pide una visión interior, aunque toda la pieza esté abrazada por el exterior".

    Ha considerado que a nivel conceptual funciona muy bien en el atrio de un lugar que para él es mágico, del que emana "una mezcla de energía y espiritualidad que han introducido los benedictinos, increíblemente extraordinario, no importa de que religión seas o de que lugar del mundo vengas, hay algo que te subyuga, que te atrapa".

    A la vez, no ha dejado pasar le gustaría que la gente reflexionara sobre "lo importante que es todo lo invisible en nuestra vida, aunque el cuerpo sea muy material, pero lo que hace que nos movamos, lo que nos angustia, lo que nos alegra, el amor, o el odio, es todo invisible".

    Mediterráneo como es, no ha escondido que le gusta el contacto con los otros, que las personas se toquen, aunque en el caso de la escultura prefiere que quien se acerque hasta "Anna" la "acaricie".

    Otro logro que ve en la ubicación de la escultura es "que no oculta nada detrás, de que no es como un obstáculo, sino que es como un punto de energía que lo abraza todo", en un punto en el que la gente, en principio, acude para entrar en la basílica.

    "A veces, el mundo cultural y artístico tiene una cierta endogamia, que se autoalimenta, y a mi me gusta salir fuera, que haya estos problemas, estos obstáculos, esta incomprensión, que la gente se pregunte si lo puede tocar o no".

    En este punto, ha considerado que los que mejor conocen sus obras son los vigilantes de los museos, "gente que me gustaría que un día escribieran un libro, que sería fundamental en la historia del arte".

    El abad de Montserrat, Josep Maria Soler, ha sostenido que el mensaje que lanza el artista con la obra es "muy importante, destinado a la interiorización del espectador, porque cada ser humano tiene una belleza interior, que no captan los ojos, aunque está allí".

    Durante el acto, Jaume Plensa también ha explicado que sus próximos proyectos pasan por La Haya, donde inaugurará el próximo mes una exposición de esculturas; posteriormente estará en Valencia para instalar otra obra en la Ciudad de las Artes y viajará, asimismo, a San Petersburgo, donde colocará una cabeza de hierro fundido durante un año delante del Museo del Hermitage.

    Otro proyecto que le llevará dos años serán las cuatro esculturas de mármol blanco que estarán en la entrada del Museo Grand Rapids de Michigan y también colocará una cabeza en septiembre de 2020 en el río Hudson.

    Sobre la posibilidad de que en Barcelona se acabe exhibiendo una de sus grandes obras, después de que no hubiera cuajado un proyecto hace unos años, ha afirmado que, de llevarse a cabo, "hubiera sido un subidón espiritual para la ciudad. Hubiera sido bonito que la ciudadanía hubiera hecho algo sin necesidad de que el político te lo apruebe, pero no hay manera, no lo logro", ha reconocido.

    Por Irene Dalmases