Cultura

El escritor barcelonés Juan Marsé, ganador del Premio Cervantes



    ¡Por fin! Juan Marsé, premio Cervantes. Qué suenen fanfarrias. El paseo implacable, triste, repleto de sueños, fantasías y anhelos de Juan Marsé (Barcelona, 1933) desde la postguerra a la España contemporánea recibe el galardón que debió haber llegado hace una década. Año a año, Marsé se había quedado a las puertas.

    Su rebeldía e independencia, su no casarse con nadie, lo había ido marginando. Pero ya está: un soplo de refresco al Cervantes. Un premio justo, necesario y excepcional. Marsé, habitualmente indolente a los agasajos y galardones, habrá suspirado. Ya se acabaron los despechos que, año tras año, con cada fallo del Cervantes, padecía. Ahora, a disfrutarlo.

    Y pese a la tardanza, porque parecía inconcebible que Marsé, uno de los grandes novelistas de la literatura española, no hubiese sido tocado por la varita de los premios ministeriales. No lo necesita, pero, puestos a elegir trayectorias fundamentales en la literatura escrita en español, ¿no era Marsé acaso la gran deuda pendiente?

    Los premios que ha recibido habían sido, hasta hoy en nuestro país, de índole comercial y privados, desde aquel lejano 'Biblioteca Breve', que le lanzó a la fama, hasta el Planeta, pasando por el México o el reciente Juan Rulfo. Tan sólo el Premio Nacional de Narrativa a Rabos de lagartija, su última obra maestra, en 2001. Desde entonces su candidatura al Cervantes era un grito a voces, desde entonces se quedaba en el último escalón. Pero hoy ha subido el peldaño que le faltaba.

    Un merecido reconocimiento

    No será porque el prestigio del novelista barcelonés no haya logrado reconocimientos entre la minoría y con la mayoría, ya que algunas de sus novelas pasaron a la pantalla. El autor siempre ha sido fiel al cine. Su magisterio, por otro lado, había sido reconocido por los narradores jóvenes, como Muñoz Molina. Su territorio novelesco, habitado por la posguerra, el dolor, la infancia, es un referente ineludible en la literatura contemporánea.

    Frente a tanto aprendiz de Benet, como escribió Joaquín Arnáiz, Juan Marsé es un verdadero novelista español. La novela hispana tiene una fecha iniciática en 1965 con la publicación de su novela Últimas tardes con Teresa. Y es que todos sus personajes son un poco los herederos de Pijoaparte, aquel proletario enamoradizo que Marsé hizo nacer para siempre en aquella extraordinaria novela con la que inauguraba un camino original y subterráneo en la literatura española.

    Su lenguaje fluido, transparente y natural, dibuja un particular escenario, con una bruma de hambre y de angustia, pero también de poder evocador, de supervivencia y de sueños. "Mis novelas preferidas son cuatro: Últimas tardes con Teresa, Si te dicen que caí, El embrujo de Shangai y Rabos de lagartija". Cuatro novelas que resumen su obra, las cuatro fundamentales, paradas obligatorias de todo lector.

    Todas ellas, excepto la que muchos críticos coronan como la mejor -Si te dicen que caí- han sido premiadas: la primera recibió el Biblioteca Breve, mientras que El embrujo de Shangai obtuvo el Premio Aristeion de la UE y el Premio de la Crítica. Este último volvió a festejar Rabos de lagartija, que además lució el Premio Nacional de Narrativa. Celebrada por la crítica y por los lectores, recrea ese espacio entre mítico y real que Marsé posee entre las calles de Barcelona.

    Partir de sus propias vivencias

    Marsé, trabajador en un taller de joyería barcelonés, castellanohablante, autodidacta, aislado de la 'gauche divine' y de todos esos retoños de la burguesía catalana que coparon la literatura de los años setenta, partía de sus propias vivencias para la construcción de un mundo personal, el de la Barcelona de posguerra y sus marginados y proletarios personajes.

    El universo de Marsé encontró posiblemente su obra maestra en Si te dicen que caí, que tuvo problemas para ser publicada en España. Y se va retomando y renovando con el tiempo, a veces humorísticamente, como en El amante bilingüe, o profundizando en temas colaterales, como en Rabos de lagartija, y que también transcurre en Barcelona entre 1945 y 1951.

    Su obra ha logrado conformar un mundo propio, inspirado en ciertos rasgos autobiográficos, sobre los que el autor ha ido levantando sus no siempre fáciles historias. Ironía, ternura, independencia, evocaciones históricas, inmisericorde dureza e independencia en sus opiniones, la imaginación.