Construcción Inmobiliario

Patrimonio perdido (II): Piscina La Isla, cuando en Madrid sí que había playa

    <i>Fuente: Revista A. C.</i>

    Pedro Torrijos

    Han bajado las temperaturas y a las personas de bien les encanta realizar las actividades propias de la estación: comer castañas asadas, beber chocolate caliente, pasear bajo las incipientes luces navideñas, arrejuntarse en ovillitos bajo una manta a ver series de televisión... en definitiva, disfrutar de la belleza del invierno. Yo no soy una de esas personas. A mí me gusta el verano, el calor y bañarme en la playa.

    Claro que, los que vivimos en Madrid lo tenemos complicado porque, o vamos a la que llaman "Playa de Madrid" que, a ver, es divertido y tal, pero no dejan de ser unos chorros verticales de periodicidad alterna salpicando en uno de los márgenes de Madrid-Río, o nos vamos a la verdadera playa de Madrid (o sea, a Gandía).

    No siempre fue así; hace ochenta y cuatro años, y en el mismo cauce del río Manzanares, se inauguraba la piscina La Isla. Un estupendo lugar de baño y esparcimiento social, además de un magnífico edificio de uno de los mejores arquitectos del racionalismo español: Luis Gutiérrez Soto.

    Fuente: Revista A. C.

    De Gutiérrez Soto se suelen recordar dos tipos de obras: las que construyó durante el franquismo, como el Ministerio del Aire en el barrio madrileño de Moncloa; y sus edificios de la época de la República, como el Cine Barceló, actual Teatro Barceló y, durante un tiempo, Discoteca Pachá Madrid. No hace falta hacer ningún análisis arquitectónico para darse cuenta de que ambos edificios parecen creados por arquitectos diferentes. Toda la investigación, la creatividad y el sentido de la modernidad que aparecen en Barceló se convierten en esclerosis rancia neoherreriana en ese espanto, esa tarta a imitación de El Escorial que es el actual Cuartel General del Ejército del Aire. Ya saben, cosas de estar sometido a un régimen nacional-folclorista y tener que seguir comiendo.

    El Cine Barceló puede seguir contemplándose e incluso visitarse si pasan por la parte este del barrio de Malasaña. No corrió la misma suerte la piscina La Isla. Inaugurada en 1932 con boato, fasto y festejo, La Isla sobrevivió a la Guerra Civil pero no pudo resistir las obras de la segunda canalización del Manzanares, acometida a principios de la década de los 50 tras unos cuantos periodos de lluvia torrencial y más de un desbordamiento del río.

    Fuente: Revista A. C.

    Sin embargo, en esos escasos veinte años que estuvo en pie, la piscina de Gutiérrez Soto fue uno de los lugares de esparcimiento más solicitados por los capitalinos y también de los más bellos. Para el consistorio madrileño republicano, se trataba de trasladar al centro de la península el novedoso fenómeno de los clubes sociales que habían comenzado a aparecer por la costa norte del país en el primer cuarto de siglo. Piensen que, en esa época, la playa no era la aglomeración turística que conocemos ahora; de hecho, las costas andaluza y levantina seguían siendo postales idílicas de pueblecitos pesqueros y casas de dos alturas. Tan solo en ciertas zonas acomodadas de Euskadi se contemplaba "los baños" como actividad lúdica y saludable.

    Eso fue lo que se intentó hacer en Madrid a principios de los 30. Se acondicionó una verdadera playa artificial en la Casa de Campo y se dio luz verde a la construcción de un club social y deportivo en pleno centro del río, junto al Puente del Rey. Y digo que "se dio luz verde" porque La Isla era una instalación privada, aunque su éxito fue tal que a menudo llenaba las instalaciones de ciudadanos de todo pelaje y toda condición, todos ataviados en trajes de baño largo para no escandalizar a la sociedad del momento. Unas instalaciones, por cierto, mucho más que completas: dos piscinas, gimnasio, restaurante, cafetería y hasta sala de fiestas.

    La Isla se construyó sobre una verdadera isla, un trozo de terreno natural de unos seis mil metros cuadrados que la primera canalización, acometida entre 1914 y 1925, decidió respetar. En esa lengua de tierra, Gutiérrez Soto planteó un edificio racionalista de decidida inspiración náutica. Como un barco que surcase las aguas domesticadas del Manzanares. A saber: fachadas curvas con grandes superficies de vidrio, ventanas circulares a modo de ojo de buey, pérgolas textiles como velariums que arrojasen sombra y desaparición casi completa de la decoración. En definitiva, una obra realmente moderna, en sintonía con las corrientes arquitectónicas de vanguardia que aparecían por todo el continente.

    Mirando las fotografías de la época, no parece que los bañistas se sintiesen especialmente intimidados por lo vanguardista de la arquitectura de La Isla, más bien se afanan en disfrutar del sol y el solárium para, como decía el ABC en la crónica de su inauguración, "[...] soportar los caliginosos días del estío".