Construcción Inmobiliario

Arquitectura corporativa (III): la nueva sede del BBVA, el poder de la silueta

  • Una vela atemporal compite con las Cuatro Torres en el norte de Madrid
Sede de BBVA en Madrid. <i>Foto: Luis García (CC)</i>

Pedro Torrijos

Era el 19 de Enero de 1957, en pleno verano austral, cuando el arquitecto norteamericano de origen finés Eero Saarinen comenzó a rebuscar entre los proyectos que habían sido descartados en la ronda preliminar del concurso para la construcción del nuevo edificio de la ópera de Sídney. Al cabo de unos minutos, regresó a la mesa del jurado agitando un plano. "Caballeros" dijo a los restantes miembros del tribunal, "este es el primer premio".

Era apenas un croquis, un dibujo a lápiz y carboncillo para generar una metáfora. Velas de hormigón contra el cielo del puerto de Sídney. Pero era mucho más, era una silueta destinada a acariciar la historia.

La arquitectura, como todas las disciplinas de la vida, ha experimentado miles de cambios y evoluciones a lo largo de su historia. Antiguos esquemas de pensamiento se han visto relegados por otros nuevos en el constante empuje de la civilización. Sin embargo, hay algunos que permanecen inalterables como dogmas. Vitruvio ya escribió hace dos mil años las tres características que debía cumplir un buen edificio: Utilitas, firmitas y venustas. Funcionalidad, resistencia y belleza.

Arquitectura atemporal

Es casi obvio. Un edificio que no funcione nunca será un buen edificio, y un edificio que no sea resistente dejará de ser un edificio más pronto que tarde. En cuanto a la belleza; bueno, los cánones cambian tanto y tanta velocidad que es difícil establecer una pauta, y mucho menos una inalterable.

Por eso, quizá la mejor decisión sea apartarse de la propia época y proponer una arquitectura atemporal. Eso es lo que hacen Jaqcues Herzog y Pierre de Meuron en la nueva sede del BBVA en el barrio madrileño de Las Tablas: una silueta que no referencia a nada. Que solo dialoga con el tiempo.

De hecho, el edificio de la Ópera de Sídney de Jørn Utzon, pese a las enormes dificultades que se encontró durante su construcción, es la silueta más reconocible del mundo de la arquitectura. Es el símbolo de un país e incluso de un continente entero. Porque las siluetas acaban convertidas en íconos, en el mínimo elemento distintivo de un objeto, ya sea un teléfono, un coche o un edificio. Son la abstracción destilada hasta el puro trazo, al gesto de una mano que dibuja en el skyline.

Hay cientos de ejemplos por todo el mundo. Las Torres Gemelas marcaron el perfil de una ciudad que difícilmente podrá recuperarse de su pérdida simbólica; nadie es capaz de separar a Bilbao de las ondulaciones del Guggenheim; y, al margen de su más que discutible calidad arquitectónica, el final del Paseo de la Castellana está intrínsecamente adherido a la sombra de las satánicas Torres Kio.

¿Alfombra o Vela?

La nueva sede del BBVA cuenta con unos 114.000 metros cuadrados de espacio de oficinas, la mayor parte de los cuales se sitúan en un edificio plano de tan solo tres plantas de altura atravesado por patios alargados que ofrecen luz y ventilación. Los arquitectos bautizan a este volumen como "La Alfombra": un tejido entretejido y perforado por espacios abiertos y en su mayoría diáfanos.

Sin embargo, todo el complejo tiene un nombre mucho mejor. Uno que le han dado los propios trabajadores que ya han empezado la mudanza a las nuevas instalaciones y que, probablemente, acabe siendo abrazado por los madrileños: "La Vela".

Porque en el centro de esa alfombra se horada una gran plaza arbolada cuya envolvente se levanta como marineros izarían un aparejo naval. Y aparece la silueta. Una curva irregular, casi dibujada a mano alzada, de 93 metros de altura pero apenas 13 de ancho.

La influencia del sol

El estudio de Herzog & de Meuron dice en su descripción del edificio, que han planteado un "tipo de arquitectura sureña". Es decir, que las solicitaciones derivadas de la influencia solar generan todo un sistema de patios, lamas en las fachadas y parasoles en voladizo para controlar y adecuar la formidable incidencia que el sol ejerce en la ciudad de Madrid.

Seguramente tienen razón. Es una construcción lo suficientemente moderna y lo suficientemente cuidada como para que las 6.000 personas que trabajen allí lo hagan en las mejores condiciones de iluminación natural, climatización y bienestar térmico y espacial. Además, el edificio cumplirá los más elevados estándares de aprovechamiento energético y sostenibilidad, al menos para una obra de este tamaño y características.

Los arquitectos suizos también hablan del barrio en el que se ha construido el edificio. "[como] el entorno no tiene demasiada identidad, sencillamente no hay mucho a lo que referenciar", dicen. También aciertan: Las Tablas es un lugar nuevo aún en proceso de consolidación y su paisaje urbano es esencialmente insulso. Una llanura con el rostro hierático de la construcción inmobiliaria más impersonal.

Se diría que "La Vela" se planta en la aburrida cubierta de un yate de plástico, reluciente pero de olvido instantáneo y, por eso, sus referentes solo son el cielo y el viento.

"Competencia" con las Torres

Sin embargo, en un alarde de socarrona picardía, Herzog & de Meuron ocultan que, en realidad, su nuevo edificio sí que tiene referencias. Unas con las que dialoga y otras a las que niega. Para empezar, la arquitectura corporativa, y aún más la bancaria, siempre está sujeta a una competición. Si las empresas compiten entre ellas, lo hacen en todos los campos: en los productos, en los beneficios y en el posicionamiento económico. Y también en sus símbolos, claro.

Por eso "La Vela" compite con las cuatro torres de la antigua Ciudad Deportiva del Real Madrid. Pero, donde estas son exabruptos lanzados en medio de un texto apacible (más por sus condiciones urbanísticas que por la arquitectura de cada rascacielos), el nuevo edificio del BBVA responde esquivando sus embistes.

Con sus 19 plantas, es 39 plantas y 150 metros más bajo que la mayor de las torres. Pero es mucho más reconocible. En un mundo occidental en el que el rascacielos está condenado a la desaparición, Herzog & de Meuron no quieren hacer el edificio más alto, quieren hacerlo mejor.

Pero también hay otro diálogo, uno muy interesante y que quizás pase desapercibido al público no aficionado a la arquitectura. Es el que se establece con la antigua sede del BBVA, con el edificio que Francisco Javier Sáenz de Oiza construyó entre 1971 y 1978 en AZCA y que es, a mi juicio, uno de los mejores rascacielos del mundo, sino el mejor.

No, no es el más alto pero, con su compleja e ingeniosa estructura en árbol, su inconfundible fachada de acero cor-ten y sus parasoles de vidrio como ray-bans al oeste, es el más delicado y el mejor pensado de la arquitectura moderna occidental. Quizá por eso "La Vela" no es una torre, sino un dibujo. Quizá por eso no llega a los cien metros. Quizá por eso su estructura es sencillísima: un par de núcleos rigidizadores de hormigón donde se sitúan los ascensores y un sistema convencional de pilares a lo largo del resto de la planta.

Quizá Jacques Herzog y Pierre de Meuron no quieren competir con Oiza y, al no hacerlo, nos han dejado un edificio llamado a perdurar. A sentarse junto al Pirulí entre los símbolos de la ciudad. Porque, pese al tamaño y la complejidad, "La Vela" solo se concentra en un gesto. Solo es una cosa. Pero una tan difícil como la que planteó Utzon hace casi sesenta años: una silueta recortada contra el tiempo.