El depredador
Juan Carlos Giménez-Salinas
Barcelona,
A lo largo de mi vida he conocido un tipo humano, especialmente de género masculino, que por su modo de hacer en la vida lo califico como prescindible, dada su nula aportación a la colectividad y su egocentrismo radical. Lo denomino depredador.
Es aquel hombre que desde que nace hasta el último segundo antes de morir, solamente piensa en sí mismo, en utilizar a los que se encuentran a su alrededor en su propio beneficio.
Carece de sentimientos y cuando advierte en los que le circundan cierta debilidad derivada de la comprensión o el afecto o benevolencia por sus actos negativos, se aprovecha en su favor.
Presiona, con todos los medios a su alcance, para conseguir aquello que desea, incluso la pura destrucción, aunque no le beneficie. Utiliza la compresión, el cariño, la amistad, la debilidad, la sensibilidad, pero también la fuerza ajena, el odio, la lujuria, la pasión, en los otros, con el fin de utilizarlos como chantaje para conseguir sus fines, siempre egoístas, inconfesables y personalísimos.
El depredador nunca atiende a razones de carácter humano. La ponderación la desconoce, así como la vergüenza ajena o el sentido del ridículo. Solo atiende a sus egoístas objetivos. No entiende la critica a su actitud, no comprende otro punto de vista que no sea el suyo propio. Es irredimible, no puede ser reformado porque solamente se comprende a sí mismo y a todos los demás los considera instrumentos a su servicio.
En cuanto a los métodos para alcanzar sus fines, cualquiera es válido. La ética y la moral son palabras que carecen de sentido en su mente, no las comprende.
Dada la brevedad del texto no puedo extenderme mucho más. Quizás el ámbito donde se encuentran mayor número de ejemplares de depredador es en el mundo de los negocios, pero también imperan el resto de ámbitos.
Todos hemos vivido la experiencia del mal hacer del depredador en las comunidades de propietarios, juntas de accionistas, consejos de administración, hospitales, juzgados. El reventador de ambientes para destruirlos e intentar hacerse con el poder.
El perjuicio que ocasiona un depredador puede llegar a ser muy importante pero no es claro su beneficio. Al final se convierte en un destructor sin más, puesto que, a largo plazo, es tan evidente lo que pretende que no lo consigue. No obstante, hasta que la gente percibe claramente las malévolas intenciones del depredador, pasa un tiempo en el que el mal inunda el ambiente.
Cuando el depredador alcanza el poder político, el mal alcanza a la sociedad que gobierna, porque en la mente del depredador solo está su propio beneficio y la sociedad es un mero instrumento para conseguirlo.