Cataluña

La soledad de Ada Colau

    La alcaldesa de Barcelona, Ada Colau. // EFE

    Juan Carlos Giménez-Salinas

    En este medio y a los pocos meses de que Ada Colau comenzase a ejercer como alcaldesa de Barcelona, elogié esperanzado su figura y su talante.

    Imaginé que una mujer que había liderado con éxito una campaña contra las instituciones financieras y las judiciales en favor de los desahuciados y que además demostraba virtudes de líder y verbo ágil y convincente, poseería la inteligencia y capacidad para liderar una ciudad con medios y métodos heterodoxos y alternativos que podrían resolver sus problemas cotidianos y planificar el futuro de un modo correcto.

    Me equivoqué. En aquel momento me dejé llevar por la ilusionante ingenuidad de un adolescente y dejé de lado mi escepticismo y veteranía propia de mi edad. Quisiera explicarme y no equivocarme de nuevo. A la vista de la experiencia, es muy difícil que una persona se aleje de su pensamiento elaborado durante años. La persona que posee inquietudes sociales y considera enemigos a todos los que cree que las provocan, es muy difícil que pueda contemplar la sociedad con cierta equidistancia.

    Un gran líder político puede ser unidireccional y conseguir adeptos que piensen como él y este líder podrá ser un gran parlamentario y podrá influir en las políticas de cualquier gobierno, encauzando las normas que se discutan en el Parlamento para que beneficien a la sociedad desde su punto de vista, pero nunca podrá dirigir un colectivo variopinto, con diversos intereses, con ambiciones y objetivos plurales. Este líder, educado en un determinado campo social, verá como enemigos a muchos de los colectivos que defienden unos intereses diferentes a los que pretende y será incapaz de comprenderlos o satisfacerlos.

    El alcalde de una ciudad tan diversa como Barcelona debe poseer una amplitud de ideas y objetivos para poder dialogar y comprender los colectivos tan dispares que cohabitan en ella. La alcaldesa Ada Colau podrá ser una gran líder de un partido político, en consecuencia, una eficaz parlamentaria, pero es una mediocre alcaldesa. Ha desconfiado de las patronales, de las instituciones financieras, de los operadores turísticos, de quienes opinaban de un modo diferente a ella, viéndolos más como enemigos que como copartícipes de una ciudad plural, avanzada y que cuando ella llegó poseía una enorme inercia hacia el crecimiento, estancada en estos momentos.

    No ha escuchado, ni pactado, no ha comprendido la política ni ha escuchado a quienes entorpecen su voluntad, tachándolos de enemigos, cuando solamente defienden aquello que les es propio. Después de haber desempeñado el cargo durante tres años y vista su soledad, no creo que sea bueno para Barcelona que continúe un nuevo mandato. Mi inicial simpatía por la persona provocó mi error sobre sus posibilidades de gestión.