Cataluña

El hombre tribal gana fuerza en las economías avanzadas


    Juan Carlos Giménez-Salinas

    Estos últimos años, a raíz de las nuevas tecnologías que nos acercan a los hombres y las tierras lejanos, hemos creído que las fronteras solamente existían en los países primarios, sin desarrollar, pero en nuestros países, tan civilizados y progresistas, habían desaparecido y propiciado un mundo global, único. La apariencia de esta universalidad civilizada ha durado poco, nuestras sociedades se rebelan contra la globalización cultural, social, religiosa y la dejan para las multinacionales económicas.

    El Brexit fue un síntoma, los partidos llamados populistas y antieuropeistas, que proliferan en toda Europa, demuestran el fenómeno, y la elección de Trump confirma definitivamente que somos tribales y necesitamos formar parte de un grupo determinado.

    A pesar de que los políticos avanzados, los intelectuales, la cultura, aboguen por una universalización de las personas, la realidad social nos demuestra que, hoy por hoy, este avance es ficticio. EEUU ha elegido a un hombre al que considera que defenderá su identidad y sus intereses, lo demás no le interesa. En Europa, cada vez es mayor la voz del euroescéptico, y si no fuera por la debilidad de los pequeños países que la integran, ya se hubiera desintegrado. Estos últimos años se avanzó mucho y deprisa hacia la globalización, y ahora, nos da la impresión de que hemos corrido demasiado, y en consecuencia, debemos hacer un parón y repensar aquel avance. Aparece la tribu, el grupo humano a la defensiva, frente al avance de lo desconocido y la inquietud que produce lo que no nos resulta familiar.

    Estos vaivenes de la historia generan corrimientos en los países y aparecen sociedades que avanzan y sobreviven victoriosas, y otras que fenecen lentamente, hasta convertirse en irrelevantes.

    Poco a poco, Europa camina hacia una sociedad gerontológica y deriva de ello un pensamiento conservador e inmovilista. Los jóvenes, con el devenir de los años, serán solamente los emigrantes o sus descendientes. Si queremos avanzar y adelantarnos al declive, solamente existen dos vías, aumentar la natalidad propia o bien dejar que los jóvenes emigrantes o sus hijos nos administren.

    Europa, a pesar de los malos augurios de muchos comentaristas, está a tiempo para mantener su prestigio y su fuerza intelectual y política, siempre y cuando permanezca unida y avance estructuralmente en esta unidad.