Cataluña

Cambio de rumbo en la financiación empresarial

    J. M. Gay de Liébana


    Desde hace años, y eso que costó lo suyo, pronunciamos la palabra crisis. Éramos renuentes a emplear el vocablo, sobre todo por parte de quienes por aquel entonces ocupaban responsabilidades gubernamentales, y todo valía para esquivar la dichosa palabreja.

    Políticos y economistas fueron urdiendo sofisticados eufemismos y apelando al sentido de definiciones enclavadas en la más pura ortodoxia económica a fin de evitar caer en la trampa de pronunciar las letras apestadas que conforman tal palabra.

    Superados esos obstáculos, la crisis se asentó definitivamente entre nosotros y, de un tiempo acá, es parte ya de nosotros mismos y de nuestra circunstancia. Los bolsillos notan la crisis, nuestros sueldos la sufren, el mobiliario casero no se renueva por culpa de la crisis, aguantamos aún unos años más con el viejo coche que teníamos intención de cambiarnos, viajar ya no es lo que era, redescubrimos esos fondos de armario de donde salen aquellos trajes olvidados. Nuestro poder adquisitivo se resiente y suerte que la inflación anda por unos mínimos tan bajos que parece decantarse hacia esa incógnita llamada deflación, de la que desconocemos realmente sus consecuencias fatídicas.

    En todo ello, predomina una idea que constituye la auténtica causa del desastre económico: estábamos, estamos, ante una crisis de deuda, no ante una ruptura puntual, corta y superficial del ciclo económico. Nos encontramos ante una realidad que ha minado estructuras empresariales, desmontando finanzas familiares, empujando al sector público hacia un precipicio de deuda impagable y, encima, por unas u otras razones, parte del sector financiero español -léase, determinadas cajas de ahorros-, sí, en efecto, aquel que en septiembre de 2008 en el mismísimo Nueva York se vendía como el más sólido del mundo, acabó haciendo aguas y nuestras, hasta entonces flamantes, cajas de ahorros, se bambolearon.

    El momentáneo final de esta lúgubre historia, bajo el paraguas de la crisis de deuda, se salda con números terribles en cuanto a cientos de miles de empresas desaparecidas en combate, millones de trabajadores condenados al paro y que en una gran proporción será difícil recuperar para nuestro sistema productivo, hogares condenados a míseras situaciones de pobreza y unas sensaciones de sociedad destrozada y de generación pérdida que configuran una abrupta crisis social, doliente y muy cruel al punto que los futbolistas del Rayo Vallecano -edificante lección la de Paco Jémez y sus hombres que acaban de impartir- ayudan a una pobre anciana desahuciada de su casa.

    Posiblemente esa crisis, que tanto costó de asumir, haya venido para quedarse entre nosotros durante largos años. Quizás, a partir de ahora, ya nada será igual. Por ello, a poco que se cavile sobre los nuevos decorados que emergen en el escenario económico, uno igual concluye que en realidad hemos cruzado el umbral de un incipiente marco económico donde no vale todo lo de antaño. Del conflicto económico, salen unos derrotados -habrá que ver si con los ímpetus necesarios para volver a la actividad-, y otros vencedores -quienes han sabido aguantar estoicamente, contra viento y marea, las constantes tempestades de estos tiempos-.

    Tema clave a raíz de ese incipiente escenario económico, a caballo entre lo nuevo y lo renovado, que estamos viviendo, y que marca el rumbo futuro en el contexto empresarial, es el de la financiación. La financiación es la sombra, a veces muy alargada y en ocasiones amenazante, de la inversión que en ocasiones se dispara dando lugar al sobredimensionamiento de los activos. De vez en cuando, la financiación es el salvavidas con el que cubrir déficits producidos en la gestión empresarial a causa de excesivos gastos que socavan la estructura económica de la empresa.

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