Canarias
Los volcanes en Canarias no saben de confinamientos
- El Teide ha vuelto a dar signos en las últimas semanas de que es un sistema volcánico activo
José L. Jiménez
Las Palmas de Gran Canaria,
El observatorio de Vigilancia Atmosférica Global de Izaña, dependiente de la Agencia Estatal de Meteorología (Aemet), ha confirmado que han alcanzado 418,7 partes por millón (ppm) de concentración media diaria de dióxido de carbono (CO2) el día 18 de abril, récord histórico de la serie. El pasado 13 de marzo hubo un hecho diferente bajo Icod de los Vinos entre 12 y 13 kilómetros de profundidad como en 2004. Fueron cuatro temblores muy juntos y subiendo de intensidad a lo largo de otras jornadas. Esa semana final de marzo se detectó que la cantidad de CO2 en el Teide se ubica sobre 81 grados y se registró 30 temblores.
Se trata de un enjambre en la Dorsal Sur, Adeje, y en la caldera de Ucanca en las Cañadas del Teide, alineados de norte a sur. El volcán que hay entre Gran Canaria y Tenerife ha seguido sus pequeños pasos a profundidades superiores a 10 kilómetros. El observatorio de Vigilancia Atmosférica Global de Izaña, dependiente de la Agencia Estatal de Meteorología (Aemet), ha confirmado que han alcanzado 418,7 partes por millón (ppm) de concentración media diaria de dióxido de carbono (CO2) el día 18 de abril, récord histórico de la serie.
El Teide ha vuelto a dar signos en las últimas semanas de que es un sistema volcánico activo, en forma de nuevos terremotos de pequeña magnitud en Las Cañadas y Vilaflor de Chasna, pero los expertos no observan indicios de que exista actividad de magma cerca de la superficie.
Los dos organismos implicados en la vigilancia volcánica de las islas, el Instituto Volcanológico de Canarias (Involcán) y el Instituto Geográfico Nacional (IGN). A finales de 2019 el Involcán subrayó que el "sistema volcánico-hidrotermal de la isla de Tenerife ha experimentado un sistema de presurización, probablemente vinculado a la inyección de gases de origen magmático", algo que comenzó a detectarse el 2 de octubre de 2016, cuando se registraron casi 800 terremotos en cinco horas. El IGN encuadra ese tipo de movimientos sísmicos en Tenerife en lo que se considera normal "para una isla volcánica activa". La emisión difusa de dióxido de carbono en el cráter del Teide comenzó a crecer a raíz del episodio de los 800 pequeños terremotos del 2 de octubre de 2016. Del promedio de 20 toneladas diarias que se medían en la zona desde hace 20 años, precisa, se pasó a detectar en febrero de 2017 hasta 175 toneladas.
En la última erupción ocurrida en Canarias, la que comenzó en 2011 en El Hierro, la irrupción de magma bajo la isla elevó esta hasta diez centímetros en algunas zonas. Y terminada ya la erupción que creó el volcán Tagoro, seis nuevas irrupciones de magma elevaron El Hierro hasta 27 centímetros, según publicó el IGN hace tres años. En tiempos históricos, Tenerife ha registrado cinco erupciones: 1492, 1704-1705 (con tres focos), 1706, 1798 y 1909. La última de ellas fue la del volcán Chinyero y duró diez días. Ninguna de ellas provocó víctimas directas, ni siquiera la más dañina, la que cubrió de lava el puerto de Garachico en 1706. Este tipo de evento sísmico está relacionado con el movimiento de fluidos a lo largo de fracturas y es comúnmente observado en todos los volcanes y sistemas geotermales activos.
El pasado año por estas fechas Izaña superó los 415 ppm, una cifra que obligaba a retroceder al menos 3 millones de años para encontrar concentraciones similares de CO2 en la atmósfera. Este año vuelve a marcarse un hito, concretamente 2,2 ppm por encima de lo alcanzado en 2019 y en consonancia con lo previsto, que anunciaba un ritmo de crecimiento para este año como el finalmente registrado.
El nuevo pico se produce en un contexto en el que varias regiones han reducido significativamente su actividad como consecuencia de la crisis sanitaria del COVID-19. Se estima que los paros temporales impuestos por la situación de pandemia han bajado las emisiones de gases de efecto invernadero en torno a un 25% en las áreas donde se han producido. Se trata de una cifra con un impacto mínimo en el cómputo global de la concentración de gases de efecto invernadero en la atmósfera, en donde pesa fundamentalmente lo ya acumulado en décadas previas. Las reducciones de emisiones que se están registrando en determinadas partes del mundo ofrecen información de utilidad a los investigadores, al establecer comparativas que permiten analizar y dimensionar las acciones requeridas para hacer frente al cambio climático en los próximos años.