Es conocido el episodio que inspiró el cuadro central de Edvard Munch, porque él mismo lo relató: “Paseaba por un sendero con dos amigos – el sol se puso – de repente el cielo se tiñó de rojo sangre, me detuve y me apoyé en una valla muerto de cansancio – sangre y lenguas de fuego acechaban sobre el azul oscuro del fiordo y de la ciudad – mis amigos continuaron y yo me quedé quieto, temblando de ansiedad.”
Lo que generalmente se omite cuando se hace referencia a aquel suceso, es que había tres personas caminando por el sendero (de hecho, las otras dos también están en la pintura), pero solo una de ellas sintió el estremecimiento que dio lugar a uno de los cuadros más célebres de todos los tiempos. El motivo por el cual esto es así es tan simple como relevante, y es que la inspiración es un estado completamente subjetivo: no hay dos personas que se sientan inspiradas por el mismo fenómeno.
A su vez, esto se explica por el hecho de que la inspiración es una agregación de sentido y, lógicamente, no hay dos personas que encuentren o construyan sentido a partir de las mismas realidades. Lo que esto quiere decir es que una de las claves de la inspiración arranca de una mirada interior. De la escucha y fidelidad a uno mismo y al sentido que cada uno le da al mundo y a la existencia. Por eso decía Clement Greenberg que “la inspiración sigue siendo el único factor en la creación de una obra de arte exitosa que no puede ser copiado o imitado.” Porque cada persona ve sentido en unas cosas y no en otras y porque de ahí, de ese sentido íntimo, arrancan sus momentos de inspiración.
Aunque quizá trágica o dramática, Munch sintió una conexión de sentido que tuvo el poder de conmocionarle. A partir de ahí, trabajó incansablemente a través de distintos bocetos y versiones hasta crear un cuadro que ha sido alabado en todos los rincones del planeta, y que probablemente le contagiaba la vivencia primigenia que él experimentó. “El grito” expresa un sentir profundo, un latido que solo él sintió un atardecer, en aquel sendero que bordeaba el fiordo. Y su manera de vivirlo fue lo que plasmó en el cuadro. Esa es la genuina manera en la que la inspiración prende la chispa que puede transformar una sensación íntimamente sentida por una persona en una obra terminada. Sin ningún género de dudas, como decía Gompertz, “nuestro punto de vista es nuestra firma.”