Posiblemente la variable que más impacta en el diseño de un programa de formación es el tiempo, porque los acontecimientos se suceden en orden, uno detrás del otro. Así, inevitablemente, habrá un primer momento en el que el participante en un curso entre en contacto con la materia, de la manera que sea. A continuación, vendrá un segundo momento, y así sucesivamente. Este hecho, tan fácil de entender y sin embargo tan relevante, nos ha llevado a uno de los grandes errores en la conceptualización de la formación de profesionales, y es que las competencias se adquieren de manera lineal. Lo cual dista mucho de ser cierto.
Cuando un formador se dispone a diseñar un programa de formación, al existir esa variable ineludible que es el tiempo, sitúa unas actividades antes que otras. Como si de los capítulos de un libro se tratara. En general, este orden reproduce aquel con el que él mismo fue instruido, o aquel en el que él se imagina que es razonable que esas actividades ocurran. Sin embargo, con una alta probabilidad, ese no será, ni mucho menos, el que los asistentes al curso que está diseñando seguirán a la hora de adquirir las competencias.
Salvo en aprendizajes muy sencillos o instrumentales, en el que los acontecimientos siempre reproducen secuencias conocidas e invariables, las competencias complejas requieren una suma de conocimientos, habilidades y disposiciones actitudinales. Y cuando un alumno adulto, que es el caso de la formación de profesionales en las organizaciones, se enfrenta el reto de tener que adquirirlas, siempre acude al programa de formación con un saber previo. Es decir, como es lógico, la situación de partida de los participantes en un programa de formación es diversa, por mucho que se haya intentado igualar su nivel. De hecho, no solo es diversa según su conocimiento previo, sino que también lo es según su estilo de aprendizaje.
Por eso, esa metáfora tácitamente aceptada de que los asistentes a un curso de formación van poco a poco leyendo el libro que el formador ha escrito, es errónea. De hecho, con toda probabilidad, cada uno de ellos entrará en materia en un momento diferente y de una manera diferente. Y cada uno encontrará sentido en un punto distinto al del resto de sus compañeros. Y, por supuesto, cada uno integrará los aprendizajes en su mapa profesional y de vida de una manera diferente.
Por eso la metáfora del libro es errónea. Un curso se programa de principio al fin porque hay una variable ineludible que es el tiempo. Sin embargo, eso no quiere decir que cada participante aprenda los conceptos o adquiera las habilidades en ese mismo orden.
De ahí que se deba abandonar, de una vez por todas, la manida metáfora del libro y pasar al diseño de entornos potentes de aprendizaje donde sea el participante el que, según sus conocimientos, experiencia y estilo, vaya incorporando los aprendizajes a su constelación de competencias.