Desde tiempos inmemoriales los criterios de organización del espacio físico en las organizaciones han sido la funcionalidad y el presupuesto. Algo más adelante la idea de imagen de marca y su consecuencia natural, la arquitectura corporativa, también ganó su lugar. Desde entonces, los espacios no solo deben ser funcionales y asumibles presupuestariamente, sino que han de responder a la identidad visual de la marca. Sin embargo, solo recientemente hemos comenzado a comprender el sorprendente influjo del entorno físico sobre nuestro comportamiento.
Un estudio reciente ha revelado que cuando las personas perciben en el entorno elementos visuales del mundo clásico de los negocios, como puede ser el caso de un maletín, se mueven más competitivos y egoístas. Otra investigación reveló que en habitaciones poco decoradas las personas se vuelven más honestas.
Como animales que somos, el entorno nos afecta y reaccionamos a los estímulos que provienen del contexto. No es lo mismo recibir a una persona en un ambiente agradable, distendido y cálido, que en una de esas ruidosas y desorganizadas praderas que desafortunadamente se han impuesto en tantas organizaciones. Siempre hemos sabido que los colores ejercen su influencia sobre nosotros, pero ahora sabemos también que los elementos que pueblan nuestro espacio de trabajo también lo hacen.
Un líder ultraconsciente percibe el influjo del entorno y lo utiliza para crear sincronía y un tono emocional positivo en el equipo. Y también para crear empatía y colaboración en las reuniones de trabajo que mantiene con los diferentes grupos de interés que forman el contexto en el que su organización se desenvuelve. Prestar atención a estos detalles, en otros tiempos desconocidos o desatendidos, es cada vez más importante, y desde luego es una de las cualidades del nuevo liderazgo. Liderar no es solo saber ser, sino saber dónde y cómo estar.