Al igual que el comienzo, el final es uno de los momentos más delicados de cualquier conferencia. Por motivos desconocidos, con el advenimiento de las presentaciones con diapositivas se instaló una costumbre, hoy ya desfasada pero impertinentemente arraigada, que es la de colocar al final de una charla una diapositiva donde se lee “muchas gracias”.
Cuesta averiguar para qué puede servir una diapositiva de ese tipo. Dado que normalmente el orador dice “muchas gracias” al final de su charla, resulta chocante que además ese mismo mensaje aparezca escrito, como si el público tuviera dificultades para comprender lo que el conferenciante ha querido decir con esas dos simples palabras.
Puede alegarse que es una diapositiva que marca el final de la conferencia, pero en ese caso aparece el riesgo de que el orador, asegurada la forma de finalizar su charla, descuide la preparación de uno de los momentos más importantes de cualquier conferencia, que es precisamente el final.
Desde tiempos remotos sabemos que todas las narraciones tienen un comienzo, un nudo y un desenlace. Y ese desenlace, el final del discurso, ha de ser elaborado y ha de tener identidad propia. Bien porque establece una serie de conclusiones, bien porque resume y potencia el mensaje central, bien porque cierra el círculo enlazando con la introducción, y así sucesivamente.
Descuidar todas esas fórmulas y colocar simplemente al final de una presentación una diapositiva de “muchas gracias” por todo final, equivale a truncar el mensaje bruscamente, desaprovechando además una valiosa oportunidad para generar la memorabilidad que normalmente genera un final rotundo.
En una conferencia, como en el cine, el final debe ser memorable.