Una presentación es un acto único. Es una pieza narrativa ensamblada que se dirige a un conjunto de espectadores. Es como una película. La presentación de diapositivas es únicamente un apoyo, un potenciador de fuerza interpretativa que debe fusionarse dinámicamente con el orador. Por eso, voz e imagen deberían ser uno.
Es tan chocante como inadecuado ver a oradores que, al contrario de lo que debería ser, se convierten en el apoyo de sus diapositivas, de tal forma que estas podrían existir perfectamente sin ellos, desequilibrando esa simbiosis que debería haber entre uno y otro.
En algunos casos, el conferenciante habla explícitamente de lo que se puede ver en una u otra diapositiva, convirtiéndose en una especie de leyenda o puntero para ellas, que se convierten entonces en las verdaderas protagonistas, como si tuvieran una entidad propia y el orador estuviera allí únicamente para servirles de ayuda.
Orador e imagen, y en su caso sonido, deberían ser uno. Deberían interactuar dinámicamente en una integración simbiótica de igual manera que en una obra de teatro todos los actores y el atrezzo evolucionan fluida y armónicamente.
Las diapositivas son únicamente un apoyo: el protagonista es el orador.