Una de las claves irrenunciables del éxito en cualquier presentación son los ensayos. La única forma que un orador tiene de asegurar que le va a dar tiempo a cubrir todos los contenidos que tiene previstos es situarse frente a una audiencia imaginaria y verbalizar todos y cada uno de los aspectos que va a desarrollar. Ensayar no es, por tanto, pasar una serie de diapositivas evocando mentalmente el resumen de cada una.
Una presentación de impacto es un pacto con la audiencia. Tácitamente se supone que el orador ha incorporado todos los elementos de alta intensidad que requiere su mensaje en el tiempo que le han dado, y por tanto no debe haber contenido innecesario o irrelevante.
El problema surge cuando el orador se da cuenta de que está invirtiendo más tiempo del que tiene, en general por falta de ensayo, y se ve forzado a reducir contenido. En esa situación, muchos conferenciantes recurren a “saltarse” diapositivas, dando la consecuente imagen de improvisación, trasladando la idea de que ese contenido estaba colocado ahí con la única misión de ocupar espacio y tiempo y, lo que es más significativo, rasgando la tela de la continuidad y forzando al espectador a cruzar el abismo que hay entre los puntos narrativos anterior y posterior. Si las transiciones entre las distintas partes de la conferencia están bien hechas, suprimir un contenido produce un salto narrativo que genera confusión y da mala impresión.
Dejemos los saltos para los deportes.