Muchos profesionales afortunadamente han comprendido ya que una de las claves de la oratoria es la preparación, y concretamente el ensayo. Sin embargo, a menudo el comienzo de la presentación queda fuera de esa idea y se improvisa, desluciendo en ocasiones uno de los momentos críticos de cualquier charla, que es el de la primera impresión.
Algunas veces el orador comienza su conferencia por el clásico y bastante pasado de moda agradecimiento a los organizadores, sin comprender que en la mayoría de las ocasiones es un contenido sin mayor interés para su público. En el peor de los casos, ese agradecimiento se improvisa, con lo que además de poco interesante resulta poco eficaz. No es que no se pueda o deba agradecer una invitación a participar como ponente en un foro, es que en la mayoría de las ocasiones el comienzo no es el momento más indicado.
En otros casos, el orador comienza a hablar de sí mismo, bien porque no le han presentado o bien porque sí lo han hecho e intenta establecer un puente entre lo que ha escuchado y la charla que va a impartir. De nuevo, como muchas veces esos fragmentos no se ensayan, causan una sensación de improvisación en un momento particularmente importante, como es el de plasmar de una manera meridianamente clara cuales son los atributos esenciales de su imagen de marca.
A veces lo que ocurre es que, por falta de preparación y ensayo, esos y otros comienzos improvisados en una charla se extienden en el tiempo mucho más de lo necesario, haciendo que el público pierda el interés porque ve que no se acomete el contenido que espera.
La única manera de evitar estos y otros errores es considerar la introducción como una parte más del discurso, y prepararla y ensayarla incluso más que el resto de la charla, dado su importante papel en generar una primera impresión que capte la atención del público y lo dirija rápidamente hacia el mensaje.
Es mucho más difícil captar la atención después de un comienzo improvisado.