Plazos de entrega, desviaciones en el presupuesto, reuniones conflictivas y un sinfín de realidades cotidianas en la arena organizacional hacen a muchos profesionales pasar del estrés o la ansiedad al miedo. Y, en general, ese miedo toma la forma de un vago vaticinio sobre las consecuencias fatales de una situación en concreto al que, en el fondo, subyace el pánico a la pérdida de apoyo, recursos o status.
Una investigación se centró en personas que tienden a la preocupación, y averiguó que, en la amplia mayoría de los casos, nuestros peores temores nunca llegan a materializarse. Y, si ocurren, en general se resuelven de manera positiva. Hay muy pocas situaciones en la vida, tanto en la profesional como en la personal, que tengan consecuencias auténticamente fatales. Sin embargo el miedo, un atávico mecanismo de defensa , tiene en ocasiones la capacidad de acaparar la conciencia privando a la persona de los recursos para cumplir sus propósitos.
A menudo olvidamos que no merece la pena en absoluto preocuparse infundadamente ni anticipar acontecimientos que no sabemos si ocurrirán. Esas preocupaciones solo son una muestra de nuestras debilidades, de nuestros fantasmas y de nuestros peores temores, y muy rara vez llegan a hacerse realidad.
Hay muy pocas cosas a las que, razonablemente, se deba tener miedo.