El campo de las relaciones humanas es francamente amplio. A diario nos relacionamos con jefes, colaboradores, familiares, amigos, y así sucesivamente. En cada uno de esos ámbitos existen tareas, acciones y normas que regulan la relación. De la misma forma que un padre es un padre, y es altamente desaconsejable que se comporte como el amigo de su hijo, los equipos excelentes entienden a la perfección los límites que distinguen su relación de una de amistad.
Las relaciones humanas se basan, entre otras cosas, en la multiplicidad de roles. Todos desempeñamos muchos roles y otros los representan para nosotros. Y es en la diversidad de funciones que desempeñamos, y que otros desempeñan, donde radican la riqueza, el orden y a armonía de las cosas. Todos esperamos que el líder lidere, que el profesor enseñe y que el comercial venda. De la misma manera, los compañeros de equipo son fundamentalmente eso, compañeros de equipo, y no amigos.
Un amigo es alguien que conoce detalles íntimos de la vida de otra persona y que le apoya incondicionalmente. Y ambas cosas, potencialmente, pueden llegar a ser inconvenientes en el mundo de la empresa. Los equipos y las empresas que se gobiernan como dinastías en las cuales es más importante ser amigo del jefe o de otro miembro del equipo, por encima de la profesionalidad, están abocadas a generar una atmósfera viciada donde las dinámicas de afecto se sitúan por encima de las de tarea. Un caldo de cultivo ideal para la micropolítica y las luchas internas por el poder.
Los miembros de un equipo excelente suelen llevarse muy bien. Comparten buenos momentos, y por supuesto se apoyan. Sin embargo, no confunden el compañerismo con la amistad, no dan más importancia a lo segundo que a lo primero, no cruzan los límites cuando no deben y, cuando son titulares de ambos roles, los gestionan a la perfección.
Distinguir el límite entre compañerismo y la amistad: imprescindible en un equipo.