Los equipos excelentes consiguen resultados, gozan de un buen ambiente de trabajo y facilitan el desarrollo de sus miembros. Son equipos en los que a cualquiera le gustaría trabajar. De modo nada sorprendente, una de sus cualidades más importantes no tiene que ver con lo que hacen en sí, sino con el por qué lo hacen, es decir, con hacia dónde se dirigen.
Siempre soplan malos vientos para el que no sabe donde va, dice un antiguo aforismo. La existencia de un objetivo es una prioridad clara para el éxito de cualquier persona, y lo mismo se cumple en los equipos. Aunque parezca una paradoja, el trabajo solo contribuye a la auto-realización si tiene algún sentido, es decir, si se conoce su fin. Esto en los equipos excelentes tiene dos particularidades: la primera, obvia, que ese fin existe. La segunda, que todo el mundo conoce ese objetivo, lo comparte y se compromete con él.
Uno de los riesgos que existen en las grandes empresas, donde la cadena de valor excede la visibilidad de la mayoría de los equipos, es que muchas personas no entiendan cómo contribuye lo que hacen al objetivo común, bien porque no saben cuál es la importancia de su labor, o bien porque simplemente lo desconocen.
Los equipos excelentes saben a dónde van.