Solo las experiencias intensas generan aprendizaje en los adultos. Una experiencia intensa puede derivar de un esfuerzo prolongado o de una sola vivencia, si esta está cargada de suficiente emoción. Las emociones son la guía que trae los pensamientos a nuestra conciencia, y son también la fuerza que fija las ideas en nuestra memoria. Por eso una de las claves en la comunicación es provocar un recuerdo basado en la emoción.
Los seres humanos somos fundamentalmente criaturas orientadas a la imitación. Bostezamos cuando alguien bosteza, nos entristecemos cuando vemos a alguien llorar, y reímos contagiosamente cuando alguien rompe a reír. Si un comunicador no se emociona con lo que está relatando, da igual si son estados financieros, planes de implantación de tecnología o diseños de servicios innovadores, es muy difícil que su audiencia se emocione, y por tanto es francamente complicado que su intervención deje huella.
Tras años de énfasis en el mundo emocional, seguimos sin comprender que las emociones no son únicamente una faceta irrenunciable del ser humano, sino una dimensión que aporta un importante grado de funcionalidad en lo que hacemos. La comunicación sin emoción no es efectiva, de la misma manera que una persona que no sepa ser consciente de sus emociones y de las de su interlocutor no será nunca verdaderamente inteligente.
Comunicar es emocionar. Siempre.