Entre los peores defectos que han inventado las personas está la mentira, sin duda. Pero también es una de las grandes tentaciones que surgen constantemente en nuestro camino. El ser humano, quizá por encima de todo, es un gran contador de historias, tal vez porque su cualidad más recurrentemente necesaria es la de dar sentido a su propia existencia. Por eso nos resulta tan fácil mentir. Y por eso una de las cualidades más dignas de valoración en un buen jefe es decir la verdad.
Los buenos jefes son sinceros. No ocultan las cosas. No mienten. Es cierto que a veces absorben la incertidumbre para que podamos trabajar con cierta tranquilidad (otra gran cualidad del buen liderazgo), pero no tergiversan los hechos ni esconden información relevante. Leen la realidad de un modo objetivo y nos la trasladan como es, tanto en las buenas épocas como en las malas. Es cierto también que en general son optimistas y por tanto su mirada hacia el fututo siempre tiene un halo positivo, pero eso es porque confían en sus propias capacidades. Pero no es característico de un buen líder ni la insensatez propia de quien hace caso omiso a los peligros ni un exceso de optimismo y positividad. Los buenos jefes leen la realidad de modo equilibrado y la trasladan de forma comprensible y nítida.
La transparencia es una gran cualidad del buen liderazgo porque cuando las personas sienten la mentira su ruta se vuelve incierta. Ya no saben lo que es verdad y lo que no, y de repente el terreno se vuelve movedizo e inestable.
El amor a la verdad es una cualidad ineludible en el liderazgo.