Todos aprendimos de pequeños que los seres humanos somos animales racionales. Es decir, que la fundamental diferencia que nos separa del resto de criaturas que pueblan el mundo es que nosotros pensamos y ellos no. Se deduce de esto que, como somos racionales, tomamos decisiones también racionales. Si embargo, la creciente investigación sobre este tema parece arrojar una conclusión distinta: no pensamos tan bien como parece.
Irracionalidad Predecible (Predictably Irrational) es el título de un libro con el que el genial Dan Ariely nos ha enseñado que nuestras decisiones se dejan afectar por factores aparentemente nimios. Por ejemplo, en un estudio pidieron a un grupo de personas que escribieran tres motivos por los cuales querían a sus parejas, y a otro grupo que escribieran diez motivos. A continuación preguntaron a unos y a otros cuánto les querían. La sorpresa vino cuando observaron que el grupo que había anotado más motivos manifestaba tener menos cariño a su pareja que el otro grupo.
Es fácil creer que esa diferencia no se mantendría en el tiempo, y que fue la consecuencia de la momentánea entrada en la conciencia de un factor extraño, que es tener que pensar los motivos por los cuales una persona quiere a otra, algo sobre lo que no se suele meditar. Da la impresión que los del segundo grupo, a quienes posiblemente les costó encontrar diez razones, les resultó difícil afirmar que querían mucho a sus parejas si no eran capaces de encontrar tantos motivos. Pero lo realmente relevante es que, al menos durante un tiempo, el razonamiento de aquellas personas fue todo menos racional.
No somos tan racionales como creemos.