Uno de los objetivos que han perseguido las técnicas espirituales desde el comienzo de los tiempos es el control voluntario de la conciencia, es decir, desarrollar la capacidad para proyectar en el lienzo de nuestro campo consciente aquello que es positivo para nosotros. Ese es el pilar básico de la meditación, y por eso, en esencia, se trata de un ejercicio de retorno al objetivo de la concentración – habitualmente la respiración – cada vez que surge una distracción.
Con independencia de si es algo que se haya demostrado científicamente o no, es muy obvio que si una persona puede proyectar en su conciencia el contenido que le conviene, como si de una diapositiva se tratara, en lugar del que no le conviene, estará dotada de una importante ventaja en la vida cotidiana, tanto personal como profesional. Podrá concentrarse en una reunión sin que le distraiga el correo electrónico que se muestra en su ordenador, centrarse en conducir sin que le acosen pensamientos negativos acerca de un episodio desafortunado que acaba de experimentar, mantener su atención en un informe, libro o documento sin que su pensamiento vague de un lado a otro y tenga que releer constantemente las frases, y así sucesivamente.
La conciencia funciona de un modo semiautomático, y todos experimentamos constantemente que hay pensamientos que saltan a nuestro campo consciente de manera más o menos incontrolada. La capacidad de cambiar de diapositiva y volver a proyectar lo que es positivo y productivo para nosotros, como cuando se vuelve a la respiración en una sesión de meditación, es una capacidad que todos deberíamos desarrollar.
Imprescindible mantener en la conciencia lo que nos aporta valor.