Dicen que dijo Cicerón que el buen orador es simplemente un actor al que se conoce con otro nombre. La ingente proliferación de programas de formación empresarial destinados a incrementar las capacidades comunicativas de los directivos muestra el fracaso rotundo de la tecnología en la creación de mensajes de impacto. Hemos aprendido que ninguna presentación con diapositivas sustituirá nunca a la capacidad de emocionar y conmover que tienen los grandes oradores.
Tras años de cursos de presentaciones eficaces, avances notables en las posibilidades de Powerpoint y la aparición de Prezi como eterno aspirante, la demanda de programas orientados a la comunicación no solo disminuye, sino que parece aumentar. Además del ya mencionado fracaso de la tecnología como único aspecto a considerar al dirigirse a una audiencia, lo que este hecho pone de manifiesto es que la competencia comunicativa sigue siendo una de las habilidades transversales necesarias en el bagaje de cualquier profesional, da igual si se trata de un empresario, un abogado o un ingeniero. Incluso aquellas profesiones cuyos servicios se prestan individualmente, como pueden ser las del ámbito de la salud, precisan de la habilidad para crear un mensaje y transmitirlo de manera clara y motivadora. No podemos prescindir de la comunicación como herramienta básica en nuestra vida profesional, de la misma forma que no podemos prescindir de que una empresa tenga su engranaje financiero sólidamente construido.
A través de la comunicación se comparten los detalles que dan vida a los procesos, se llega al cliente para trasladarle la propuesta de valor y, mucho más importante, a través de la comunicación se contagia el mensaje de esperanza que contiene la visión.
Sin comunicación no hay empresa.