Los seres humanos tenemos dos características que impactan constantemente en todo lo que hacemos profesional y personalmente, de las que apenas somos conscientes y que, sin embargo, tienen un impacto altamente significativo en nuestra vida. La primera, que no podemos evitar ser conscientes: no podemos apagar y encender la conciencia, salvo cuando dormimos. La segunda, que nos creemos lo que pensamos, y tomamos por realidad lo que no son sino representaciones mentales, en ocasiones ciertas pero muchas veces erradas.
La cuestión es que desde hace años sabemos que son los pensamientos los que generan las emociones, y no al revés. Así que cuando pensamos algo, como consecuencia, se desencadena automáticamente un determinado estado emocional.
Resulta muy interesante y, sobre todo, práctico, reflexionar sobre qué ocurre si el contenido de los pensamientos simplemente no es cierto. Por ejemplo, porque es una conjetura sin demasiado fundamento. O si es cierto, pero sólo en parte. O si es posible que sea cierto, pero no lo es aún. En todos esos casos y todos los que son similares, lo que ocurre es que las emociones que suceden a esos pensamientos son estériles. Lo más significativo de este hecho, lógicamente, tiene que ver con las emociones que son negativas. Con esos estados emocionales que nos importunan, que nos estorban, que nos hacen infelices e improductivos, y que consumen nuestro tiempo y nuestra energía, bienes tan escasos como preciosos. Son emociones producidas, experimentadas y consumidas para nada.
No dejemos que las creencias erróneas malgasten nuestra energía emocional.