La investigación muestra que, en cuanto a la consideración que hacemos de nuestras capacidades, hay dos tipos básicos de creencias: en primer lugar, la llamada mentalidad fija, que es aquella en la que la persona piensa que sus capacidades son las que son, y que nada puede hacer para cambiarlas. En consecuencia con ello, estas personas tienden a no enfrentarse con lo que de antemano suponen que no van a poder hacer. El otro tipo de mentalidad, llamada de crecimiento, es la que mantienen aquellos que no asumen de antemano que haya un límite fijo que determine de lo que son capaces. Suelen ser personas que se enfrentan a los retos que les desafían, y que interpretan el esfuerzo de una manera positiva, como un síntoma de su crecimiento.
La energía mental es una de las fuentes naturales de productividad. Cuando desafiamos a nuestra mente y realmente nos involucramos en resolver un problema o en generar algo nuevo, surge una tensión dinámica que nos lleva a enfocarnos, a superarnos y a cruzar nuestros límites. Por el contrario, si solo hacemos aquello que ya sabemos hacer, o lo que es sencillo o atractivo, siempre permanecemos en nuestra zona cómoda, y nuestras capacidades no se desarrollan.
Para obtener energía mental hace falta salir de la zona de confort y enfrentarnos a lo que nos resulta difícil, porque es la única forma en que se construye el aprendizaje, y por tanto el desarrollo.
Luchar es crecer.