Los actores practican un hábito que es indispensable para el cambio personal. Y es ser capaces de transmutarse en personas que hacen lo que ellos normalmente no hacen. Incluso si nunca han buceado pueden ponerse un traje de buceo con solvencia suficiente, y si jamás han pelado siquiera una patata pueden convertirse en cocineros convincentes. Y mucho más: pueden reír cuando algo no les hace gracia y llorar ante algo para ellos neutro, y también pueden también amar u odiar a quien de suyo odiarían o amarían. Es el poder que les otorga la máscara. El personaje, que lejos de servir para ocultar al actor, le da poder para transmutarse y entrar en otros mundos donde le pasan cosas diferentes a las que experimenta en su vida cotidiana.
El resto de los mortales sufrimos de extravagancias vitales. Una extravagancia es algo que se sale del normal modo de proceder, y como todos tenemos un modo habitual en el que hacemos las cosas, tenemos también una resistencia natural a hacer las cosas de otra manera, e incluso en ocasiones sentimos un rechazo fóbico hacia algunas de ellas. Así, hay quien no comprende el hecho mismo de madrugar, como también hay profesionales a quien los números que normalmente acompañan a cualquier proyecto le producen una ansiedad inenarrable.
Pero si nos planteamos un cambio personal, y queremos cambiar nuestra película y a nuestro protagonista, que somos nosotros, tendremos muchas veces que comenzar por hacer justo lo que jamás hemos estado dispuestos a hacer, ya sea madrugar o aprender a interpretar balances y cuentas de resultados. No deja de tener sentido que, si de lo que hablamos es de protagonistas y películas, precisamente sean las artes teatrales quienes mejor puedan inspirarnos para la mejora profesional y personal.
Hacer lo que nunca hemos hecho: imprescindible para el cambio personal.