A finales del siglo pasado se descubrieron las neuronas espejo, un tipo de células que hoy nos siguen intrigando. Se encontraron por primera vez en macacos, y su particularidad radica en que se activan tanto cuando el animal lleva a cabo una acción como cuando la observa en otro. Se ha especulado mucho sobre su función en el ser humano, así como sobre las neuronas de Von Economo, unas células de gran tamaño que parecen estar asociadas al comportamiento social.
Es fácil relacionar la presencia de estas neuronas en el ser humano con la empatía, esa rara habilidad que tienen algunas personas (potencialmente todas) para inferir cómo se sienten quienes les rodean, y que para Goleman es una de las competencias sociales de la inteligencia emocional.
Obviamente la empatía debe ser una forma de pegamento social, algo que en tiempos remotos debió servir a nuestros antecesores para darse cuenta de que, por ejemplo, un miembro de la tribu tenía miedo y por tanto era arriesgado hacerse acompañar por él para cazar. Pero claro, si los macacos también pueden potencialmente ser empáticos, ¿qué función adicional puede tener esta habilidad en el ser humano? Si no tenemos respuesta a esa pregunta quizá tengamos que admitir que no hemos aprovechado realmente un valioso recurso para nuestro desarrollo.
Hay que sacar partido diferencial a una habilidad humana aún poco explotada: la empatía.