Alguna sustancia impermeable debe haber en la mente colectiva o individual del género humano, o en ambas, porque con frecuencia da la sensación de que, por mucho que llueva, el tejido de nuestros pensamientos no se empapa. El simple y llano mensaje de que hay que ver las cosas con perspectiva, de que la vida es el único color que es claro y oscuro a la vez, y de que ni debemos olvidar el llanto cuando reímos ni la risa cuando lloramos, lleva al menos vigente desde que Boecio fuera acusado, encarcelado y torturado. Entre otras muchas cosas escribió que es necesario sobrellevar con el mismo ánimo todas las cosas que nos pasen, buenas o malas. Porque sabía, quizá mejor que nadie, que todo puede pasar en cualquier momento.
Sería bueno que nos diéramos cuenta de que si estas reflexiones fueron escritas hace casi mil quinientos años la única perspectiva posible desde la que observar la vida es que el cambio es inmutable. Y no es un oxímoron. El pobre Boecio no pudo experimentar otra vez el curso ascendente de los acontecimientos porque no sobrevivió a las injusticias que le rodearon, pero nos dejó un memorable legado que, paradójicamente, le hizo inmortal.
Hay que estar en guardia: en la fortuna y en la adversidad.
Estoy completamente de acuerdo con la filosofía que Boecio intentó transmitir a sus lectores. No hay más que echar un vistazo a los informativos cada día para darse cuenta de que el mundo es un lugar muy peligroso, extremedamente peligroso diría yo. Parece que la vida de las personas se puede definir como lapsos de tiempo intrascendentes entre varias desgracias.
Por tanto, si las desgracias nos van a llegar sí o sí, es mejor no volverse loco con las buenas noticias ni amargarse con las malas. Es mejor mantener una ecuanimidad que nos permita mantener una “razonable felicidad” en este valle de lágrimas en el que nos ha tocado vivir.
Me ha parecido una reflexión muy interesante,muy lógica y que nunca me había planteado.
Fascinante post