Banca y finanzas
Arquitectura corporativa (IV): Caja de Granada, un cubo agujereado por la luz
Pedro Torrijos
Cierren los ojos y piensen en Granada. ¿Ya? Me apuesto lo que quieran a que han pensado en la Alhambra. En las salas de los Palacios Nazaríes y en los arcos del Patio de los Leones. En las fachadas reflejadas del Patio de los Arrayanes. Quizá alguien haya pensado en el Palacio de Carlos V, formidable obra del Renacimiento adelantada al propio Renacimiento. Y bueno, sí, a lo mejor alguno ha recordado las enormes tapas que sirven en los bares de la ciudad; pero vamos, seguro que la mayoría ha pensado en la Alhambra.
Y ahora vuelvan a cerrar los ojos y piensen en cómo es un banco. Una entidad bancaria, no un asiento del parque. Lo más probable es que hayan imaginado una oficina más o menos anodina y más o menos oscura con empleados más o menos aburridos y clientes bastante aburridos haciendo cola para pagar recibos.
Y es que pese al transcurrir de los años, nuestra representación mental de un banco tiene más que ver con el opresivo espacio donde trabajaba George Banks -el padre de los niños a los que cuida Mary Poppins- que con edificios modernos y luminosos.
Pues hace 15 años, Alberto Campo Baeza construyó en Granada un edificio que desmonta la imagen oscura, casi tenebrosa, que se suele tener de un banco. Porque la sede de la Caja de Granada es un regalo a todos los trabajadores y a quienquiera que se acerque a visitarla: el regalo de la luz.
Foto: Fernando Alda, cortesía de Estudio Campo Baeza
Se levanta en un área básicamente industrial en el lado suroeste de la ciudad, justo al otro extremo del emplazamiento de la Alhambra. Esto es fundamental para entender parte de la lógica del edificio porque, al estar alejado del casco histórico y la zona monumental, no tiene referentes reales con los que dialogar ni con los que competir.
De hecho, es el edificio el que se convierte en elemento identificativo de un espacio urbano sin personalidad. Y sin embargo, el arquitecto gaditano nacido en Valladolid no propone una silueta especialmente significante, porque un edificio demasiado cargado de forma posiblemente se perdería entre el barullo de naves industriales y centros comerciales que salpican la zona.
Tampoco plantea un rascacielos, quizá por imperativo de la normativa urbanística, pero también como respuesta a una ciudad que no puede competir en elevación con un conjunto árabe situado precisamente en la parte más alta de su trazado. Así, Campo Baeza proyecta un edificio de líneas cartesianas, casi neutro. En sus propias palabras: "Un gran cubo sobre un podio flanqueado por dos patios". Por dos patios arbolados, me permito añadir.Es así de sencillo y así de intenso. La sede de la Caja de Granada es, efectivamente, una caja. Un volumen que, en su imagen exterior, no hace referencia a nada salvo a sí mismo. Pero no hay que engañarse por su aspecto aparentemente hierático; esa envolvente esconde uno de los interiores más brillantes, más intensos y más amables de la arquitectura contemporánea. Y si me apuran, uno de los mejores ejemplos de arquitectura corporativa que existen en el mundo.
Piensen que la buena arquitectura corporativa, como cualquier buena arquitectura, tiene que responder a una serie de solicitaciones: la imagen exterior es una de ellas, la comodidad y eficacia es otra, a las que habría que añadir la resistencia y la funcionalidad. Pero por encima de todas ellas siempre se debe anteponer el bienestar de sus usuarios, de las personas que van a habitar el edificio. Por eso, la caja está profusamente agujereada por todas sus caras.
Dice Alberto Campo que "el cubo se construye con una trama de hormigón armado de 3x3x3m que en la cubierta sirve de mecanismo para recoger la luz". En efecto, la Caja de Granada es un artefacto de precisión con el objetivo principal de captar, dosificar y acondicionar la luz: "[...] tema central de esta arquitectura".
Así, los muros orientados al sur trabajan como enormes celosías que tamizan el impacto solar, mientras que los cerramientos opuestos albergan las oficinas individuales que reciben la luz homogénea del norte, mucho más tranquila y adecuada para trabajar.
Foto: Hisao Suzuki, cortesía de Estudio Campo Baeza
Pero es en el espacio central dónde se concentran todas las intenciones del edificio. La Caja de Granada no tiene un hall principal separado de las zonas de trabajo; todo orbita alrededor de un gran patio cubierto sujeto por cuatro pilares masivos de hormigón y atravesado por los haces de luz que se vierten desde la cubierta. No hay alas independientes y áreas inaccesibles a ese espacio.
De hecho, la división de las oficinas individuales se realiza mediante paramentos bien de vidrio, bien de alabastro traslúcido, que sirve de reflejo a la luz sólida que viene del cielo. A este lugar, el arquitecto le llamó "impluvium de luz", haciendo mención a los patios de las casas romanas. Además, al estar sujeto por soportes exentos, aparece otra referencia: la de la nave de la propia Catedral de Granada, construida en el siglo XVI por Diego de Siloé.
Toda la autarquía que veíamos en el exterior se convierte en una nube de signos y relaciones cuando accedemos al patio central. Porque el edificio no se adscribe a ninguna moda ni ningún posicionamiento y su auténtico material es atemporal e infinito. La luz.
Es un dispositivo para que la luz de Granada descienda en rayos que varían con el tiempo. Con las horas del día y con los meses del año. Desde la vertical clara que se forma en el mediodía veraniego, hasta los fotones anaranjados que, casi horizontales, golpean las últimas plantas en un atardecer de otoño.
Según cuenta el propio Campo Baeza, el primer regalo que recibió de la Caja de Granada fue saber que, el primer día de trabajo, a uno de los empleados se le saltaron las lágrimas al acceder al edificio. Es posible que la intensidad que transmite la buena arquitectura entre en conexión con nuestra parte más emocional, aunque a lo mejor el oficinista solo tenía un ataque de alergia.
Lo que es seguro es que la entidad bancaria considera a la sede como una joya de su patrimonio y por eso ofrece visitas guiadas a su interior, como si de un museo se tratase. Al fin y al cabo, ellos son los que verdaderamente saben lo que se siente en el centro de un espacio donde llueve la luz.