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El bañador más caro del mundo: 30 millones de dólares
Las playas son las zonas más cómodas y transitadas en verano, pues a la promesa de un baño refrescante se une la alegría de andar como en casa: en chanclas o descalzo, sin peinados esmerados y con los bañadores, una versión más colorida y marítima de la ropa interior. Sin embargo, estas zonas tan familiares e incluso campechanas no son excusas para las víctimas de la moda, que encuentran en la arena la ocasión de broncearse y de lucir un modelito no apto para todos los públicos. No por falta de tela, sino por la falta de fondos que exige su precio.
La arena se convierte en una auténtica Pasarela Cibeles donde se dan cita las marcas que producen los trajes de baño más caros del mundo. Un catálogo que nos sorprende al ofrecernos las prendas que menos ropa requieren en su confección y cuyo precio, no obstante, oscila en un abanico de entre 100 y 300 euros. En algunos casos, incluso más.
Una baraja de color muy selecta con sus jugadores que guarda es la manga clásicos de prestigio como Dolce Gabanna, Emilio Pucci o Gucci, seguidos por un catálogo de nombres con prendas a menudo tan inaccesibles que nos pueden resultar totalmente desconocidos: Mouille, Lisa Marie Fernández, Amore y Sorvete o Cia Marítima. Catherine Malandrino despliega sus redes a lo largo de la costa para atraparnos con sus trajes de baño similares a sugerentes telarañas negras, mientras que la exótica Mara Hoffman pone el toque de color y la banda sonora africana con bikinis y bañadores de colores alegres que contrastan con la mirada oscura y felina de sus modelos.
Vilebreguín es la voz encargada de dar la réplica a este despliegue de lujo marino en el sector masculino. Esta firma, nacida en St. Tropez a finales de los 70, se dedica al culto de tres pilares fundamentales (hombre, bañador y playa) derramando los colores más chillones de la paleta en estampados pintorescos, divertidos y tropicales que se han ganado un buen número de fieles clientes en Mónaco, Porto Cervo, Santorini o Capri. Aquellos que no tienen que pensárselo dos veces a la hora de desembolsar los 300 euros que llega a costar cada bañador.
Sin embargo, el acento al lujo desmedido, la estrella marina que aporta un glamour cegador a la playa, lo incorporó en el 2007 un bikini compuesto por Susan Rosen con 150 kilates de pequeños diamantes montados sobre una base de platino. Cientos de estas pequeñas joyas recurren cada milímetro de este bikini, tan escueto que deja poco trabajo a la imaginación de los bañistas. Es precisamente su escasez centelleante la culpable de que los termómetros sobrepasen la media en la estación estival y los veraneantes sufran más insolaciones y ataques de calor de lo debido. No obstante, también posee la propiedad mágica de dejarte congelado al ver su precio, nada menos que la friolera de 30 millones de dólares.
Una realidad sólo al alcanze de la mano que balancea un bolso de Carolina Herrera lleno de juguetes de playa o de quien puede permitirse bajar a la playa encima de unos Louboutin. Mientras, el resto sólo podemos conformarnos con soñar con ese baño de diamantes.