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Siete islas malditas
Cuando Robinson Crusoe se lamentaba de su horrible destino de naúfrago no hacía más que ahogarse en un vaso de agua. De haber sabido qué catálogo de islas inhóspitas pueblan los mares, seguro que habría agradecido mil veces desde un principio que el caprichoso paladar oceánico le hubiera escupido a su isla paradisiaca.
La primera que abre nuestro ranking de peores destinos turísticos es la isla de Okunoshima, en Japón. Dista mucho de ser el paraíso tropical con el que todos soñamos en vacaciones. A los posibles restos de una antigua planta química de la Segunda Guerra Mundial se le suman los molestos inquilinos que han levantado su imperio a lo largo y ancho de la isla: una plaga de conejos que escaparon tras la desmantelación de la planta por los Aliados y que han arrasado con gran parte de la vegetación. Pero a pesar de todo, aún quedan turistas que se atreven a embarcarse en un ferry desde el País del Sol Naciente y visitar la isla sólo para pasearse por su Museo del Gas Venenoso. Como decía el torero, "hay gente pa to".
Las Antípodas andan a la zaga del Triángulo de las Bermudas en materia de naufragios. Desde que fueron descubiertas al sudeste de Nueva Zelanda por Henry Waterhouse, capitán del Royal Navy, en el 1800, sus vientos y su clima frío han generado una leyenda negra de buques perdidos. Sus ingredientes estrella han sido la nave Spirit of Dawn y el yate Torore, tragedia que se cobró la vida de dos tripulantes. No obstante, hay quien se atreve a subsistir entre sus pingüinos crestados y levantar sus casas entre las olas de megahierbas que bañan la isla, bajo la mirada de los atentos albatros que la sobrevuelan.
El territorio sagrado es inviolable, y el aura de respeto que lo envuelve mantiene alejados a los nativos, que buscan otras orillas donde levantar sus casas. Pero si los que quieren deleitarse con la tranquilidad y las puestas de sol de la isla de Jaco, en Timor, son turistas que han vaciado la mitad de su bolsillo en preparar este viaje, seguro que los Dioses saben hacer una excepción. Eso sí, los pescadores son muy rigurosos con el toque de queda: el límite lo marca el atardecer con sus agujas de fuego atravesando el cielo. Pernoctar está prohibido, y para evitar cualquier asomo de cólera divina el campamento se levanta antes de que el sol se oculte tras el horizonte.
El bello arrecife de coral de la isla Clipperton se ha consagrado con su historia como la Helena de Troya de los archipiélagos. Hasta tres países (Francia, Estados Unidos y México) se lo disputaron en su momento, y la guerra civil de éste último y la Segunda Guerra Mundial sembraron un escenario de terror y miseria hasta que Francia recuperó su dominio sobre ella. Se procedió a su completo desalojo al no encontrar suficiente variedad de recursos que alimentaran a sus habitantes. No es de extrañar que la apoden "la Isla de la Pasión" si cuando sus aguas se han teñido de rojo no se ha debido únicamente al reflejo de los corales.
La isla North Brother, en el East River, es la personificación de la legendaria isla Tortuga en la ques e guarecían los piratas. Sólo que, en este caso, los forajidos eran en un principio enfermos de viruela y heridos de guerra que buscaban un lugar apartado y tranquilo donde intentar curarse. Pero los hospitales cerraron sus puertas a mitad del siglo XX y, tras un breve paréntesis de inactividad, la isla resucitó como centro de rehabilitación. No obstante, el mercado negro de drogas, corrupción y violaciones que abría sus puertas cada día sentenció su final. Ahora sólo quedan las ruinas de los edificios y el esqueleto del General Slocum, el barco de vapor que naufragó a principios de siglo pasado cobrándose la vida de casi mil personas. Construcciones abandonadas, un cementerio de cascarones de aspecto tan inofensivo que en modo alguno invitan a imaginar la historia de los fantasmas que los anidan.
La isla Hashima, en la prefectura de Nagasaki, es un cascarón vacío de carbón. Consciente de la gran riqueza mineral que guardaba en sus entrañas, la compañía Mitsubishi la compró en 1890 para agujerear su suelo con túneles de minas y exprimir al máximo sus beneficios. La naturaleza, agotada, pronto dejó de dar sus frutos rocosos, pero durante la Segunda Guerra Mundial fueron retenidos y obligados a trabajar allí hasta quinientos coreanos. Actualmente, se halla deshabitada, y el deterioro que ha causado el aire salobre en la fachada de sus edificios y su gris aspecto le hace parecer un buque de guerra abandonado, a la deriva en un bálsamo de agua, lo que ha bautizado la antigua metrópoli minera como la Isla Fantasma.
Nuestro último puerto en la travesía es el del Fuerte Carrol, una isla artificial en la bahía de Baltimore diseñada y creada por un joven Robert E. Lee que cargaba sobre sus hombros un gran arsenal de armamento defensivo. Quizá fuera todo ese lastre lo que la arrastrase hacia atrás a la hora de modernizarse, de manera que cuando conseguía situarse a la vanguardia en tecnología militar, ésta ya había quedado totalmente obsoleta y en manos de los enemigos.
(imágenes de fotonatura.com y mentalfloss.com)