Los libros que marcaron mi vida... por Antonio Miguel Carmona
- "Las dos Francias de 'El rojo y el negro' me hizo militante de la Francia ilustrada"
Antonio Miguel Carmona
El político español, que vivió un tiempo entre las calles parisinas enfundado con el espíritu bohemio característico del lugar, señala 'Rojo y negro', de Stendhal, como su libro de cabecera y madre de todas las novelas. Y es que, lo que al principio parecía una historia de amor trágico, se convirtió en su manual político imprescindible.
En París seguía lloviendo. Mis días en la capital del Sena pasaban entre calles mojadas y noches de café. Mi pasión por la literatura me convertía en un espíritu bohemio siguiendo la pauta de aquellos que nos sentíamos libres cruzando el Montmartre de la V República.
Mi libro de cabecera, manual de política, madre de todas las novelas, fue desde entonces Le rouge et le noir. Lo que parecía uno (o dos) folletines exagerados, relatos de amor apasionado y trágico, entre líneas Stedhal lo convirtió, sin embargo, en un manual político imprescindible.
Mi vida se debatía entre la Matemática y la Literatura. Los libros de cabecera de niño, tras ganar un campeonato de ajedrez a mis mayores, siempre fueron Mis 60 mejores partidas, de Bobby Fischer, y Principia Mathematica, de Bertrand Russell, hijo del Vizconde de Amberley.
No sé por qué mi padre me llevaba a conocer a grandes maestros de ajedrez que me enseñaron a jugar partidas simultáneas y ajedrez ciego, apartándome, sin querer, de los libros de mi abuelo en la casa donde éste, muchos años antes, compartía tertulia con la Generación del 98.
Cuando terminé la carrera, el economista jefe y el propio Luis Ángel Rojo me llamaron para entrar en el Banco de España, oferta que agradecí y sin embargo rechacé por la docencia. Me sirvió empero para especializarme aún más en el noble arte de la Econometría.
"Nunca será buen economista quien no sepa econometría", dijo el clásico. Eso lleva a España, patria de buenos profesores de Economía, a ser en la actualidad un desierto de economistas. Mi paso por una universidad norteamericana, donde escribí Economía e innovación, me confirmó lo lejos que estamos en esta disciplina.
Hoy día la mayoría de los economistas españoles que salen en televisión –o son conocidos por sus opiniones en las grandes cadenas–, son realmente expertos en mercados, licenciados en dirección de empresa o simplemente opináticos transparentes a la Macroeconomía y a la Matemática.
Mi frialdad estructuralista ackermaniana me hizo llegar a decir a mis alumnos que en Economía, lo que no se puede demostrar matemáticamente, aunque lo vean por sus propios ojos, no existe. Vivía, en palabras de Russell, "una revuelta contra el idealismo". Algo parecido a lo que decía Friedman relativo a que cuando la realidad no se parece al modelo, es la realidad la que está mal. Yo estaba enfermo de hiperrealismo (todavía no me he curado).
Hasta que cayó en mis manos en París… Le rouge et le noir. Probablemente, porque como digo de niño estuve rodeado de libros, mi tendencia a la literatura fue derritiendo mi frialdad como economista buscando en el inconsciente de mi infancia.
Las dos Francias que advertimos en El rojo y el negro de Stendhal me hizo militante descarado de la Francia ilustrada, la de las casacas rojas, heredera y apasionada del primer Bonaparte y decepcionada con el último. Sorel, el protagonista, un seminarista observador se dejaba llevar por el amor, la infidelidad y el sexo. Enamorado, sobre todo, de la libertad jacobina e ilustrada.
Frente a la negritud realista y servil de las sotanas negras. El negro de la Francia de un reaccionario Luis XVI que tiene su gran eclosión conservadora en Carlos X. En París las dos Francias se erigían bajo mis pies en las calles de la Comuna, que llegó años después, aplastada posteriormente por el Sagrado Corazón de la reacción.
Ese dualismo, rojo y negro, me llevó a un análisis dialéctico de la historia, mucho más que Hegel –de cuyo Die Verfassung Deutschlands tampoco me separaba–, y a los ambientes socialistas sostenidos por debates interminables.
Stendhal, cuyo nombre real era Henri Beyle, fue un soldado, un amante y un francés converso a italiano. Enamorado del arte (y de otras cosas), le imagino en Florencia desmayándose en la Basílica de San Lorenzo.
Pero sobre todo comenzó siendo un experto matemático que no pudo continuar sus estudios técnicos por enfermedad. Enamorado de Italia y de Rossini, de quien escribió una biografía. De matemático a literato. ¿Cómo no me iba a llamar la atención?
Años después, escuché a Alfonso Guerra en una conferencia hablar sobre cuál de las novelas de Stendhal era mejor: La charteuse de Parme (1939) o Le rouge et le noir (1830).
Debatíamos el diplomático Daniel Chamorro y yo, no sé si en París o en la Escuela Diplomática, el lenguaje excesivamente sencillo del comienzo de La cartuja; Daniel me convenció de que Stendhal habla como el niño que protagoniza la huida de Waterlooo. Es el realismo francés en esencia.
Sea como fuere, el paso de la matemática a la literatura que siguió Stendhal (o José Luis Sampedro), convertía a mi héroe parisino en una novela inolvidable para siempre, manual de una izquierda ilustrada. Mientras en París seguía lloviendo.