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Los libros que marcaron mi vida... por Pablo Hernández de Cos

  • "Las marcas que dejan los libros son siempre muy personales, muy condicionadas"
Pablo Hernández de Cos, gobernador del Banco de España.

Pablo Hernández de Cos
Madrid,

Hernández de Cos sabe que el momento en el que leas una obra determina tu visión sobre la misma. Así le sucedió con 'Crónicas Marcianas', de Ray Bradbury. Este relato, aun considerado ciencia ficción, que aborda temas tan trascendentales como la guerra, el racismo o la censura, le ayudó a reflexionar sobre cuestiones permanentes. Y lo sigue haciendo.

Crónicas marcianas es un libro de relatos sobre la colonización de Marte por parte de los humanos, que huyen de la Tierra ante el riesgo de destrucción derivado de una guerra. Bradbury se negaba a calificarlo como de ciencia ficción. Independientemente de calificaciones, el libro es una fantasía que nos sitúa en el futuro, pero como mera excusa para entender mejor el presente y, más allá del tiempo, para comprender la naturaleza humana. En definitiva, pura literatura. Y de la mejor.

Las marcas que dejan los libros son siempre muy personales, muy condicionadas, en particular, por las circunstancias en las que se leen. Leí Crónicas marcianas en plena adolescencia, como muchos jóvenes de mi generación. Supongo que me acerqué a él por el atractivo de la fantasía y me encontré con reflexiones profundas sobre temas sociales y, sobre todo, con una descripción maravillosa de emociones. En mi caso, se convirtió en uno de esos libros que contribuyeron a mi reflexión sobre cuestiones permanentes y que, al mismo tiempo, me ayudaron a reconocer, a aceptar y a entender sentimientos, también permanentes. En definitiva, uno de esos libros que en algún momento de la vida –en todos los momentos de la vida– se convierten en fundamentales.

Leí Crónicas marcianas en plena adolescencia, como muchos jóvenes de mi generación. Supongo que me acerqué a él por el atractivo de la fantasía y me encontré con reflexiones profundas sobre temas sociales y, sobre todo, con una descripción maravillosa de emociones.

Crónicas marcianas habla de la guerra, de su poder destructor y, en pleno siglo XX y XXI, de su poder aniquilador ("Estoy solo contra todos los granujas codiciosos y opresores que habitan la Tierra. Vendrán a arrojar aquí sus cochinas bombas atómicas, en busca de bases para nuevas guerras. ¿No les basta haber arruinado un planeta y tienen que arruinar otro más?"). Crónicas marcianas habla del racismo, del odio a lo diferente, de su fundamento en la mediocridad y, de nuevo, de su capacidad destructiva ("Por mucho que nos acerquemos a Marte, jamás lo alcanzaremos. Y nos pondremos furiosos, ¿y sabe usted qué haremos entonces? Lo destrozaremos, le arrancaremos la piel y lo transformaremos a nuestra imagen y semejanza").

Crónicas marcianas habla de la censura y de las tendencias controladoras y limitadoras de la libertad por el poder ("¿Cómo pude pensar que conoce al bendito señor Poe? Murió hace mucho tiempo, antes que Lincoln. Quemaron todos sus libros en la Gran Hoguera"). Muy importante: Bradbury no excusa estos actos destructores de los humanos en el Estado, que prácticamente no aparece en el libro, sino que hace recaer la responsabilidad de ellos sobre los individuos, sobre todos los individuos.

Y Crónicas marcianas habla de la dicotomía entre las posibilidades que ofrece el desarrollo tecnológico para la mejora del bienestar de la sociedad ("El cohete transformaba los climas, y durante unos instantes fue verano en la Tierra…") y su incapacidad para aliviar la soledad, la pérdida, la vulgaridad, la abulia y, en definitiva, la infelicidad de los individuos ("Tengo ochenta años cumplidos. Nací en mil novecientos veinte, en Illinois, y con la ayuda de Dios y de la ciencia, que en los últimos cincuenta años ha logrado rejuvenecer a los viejos, aquí estoy, en Marte, no más cansado que los demás, pero infinitamente más receloso"); y sobre la relación entre el hombre y la naturaleza ("Los marcianos descubrieron el secreto de la vida entre los animales. El animal no discute la vida, vive. No tiene otra razón de vivir que la vida. Ama la vida y disfruta de la vida").

El libro está lleno de melancolía ("Esa noche había en el aire un olor a tiempo… ¿Qué olor tenía el tiempo? El olor del polvo, relojes, la gente") y de nostalgia ("Mamá puso un disco en el gramófono y bailó con el capitán John Black. Llevaba el mismo perfume de aquel verano, cuando ella y papá murieron en el accidente de tren. El capitán la sintió muy real entre los brazos, mientras bailaban con pasos ligeros"). En el prólogo de su primera edición en español, Jorge Luis Borges lo describió magistralmente: "En este libro de apariencia fantasmagórica, Bradbury ha puesto sus largos domingos vacíos, su tedio americano, su soledad, como los puso Sinclair Lewis en Main Street".