Casi todas las vacaciones de verano y casi todas las fiestas de navidad nos pasa lo mismo: con la adecuada perspectiva sobre el año o el curso que ha pasado, o que está a punto de comenzar, volvemos a pensar sobre nuestra vida y encontramos que hay cosas que quisiéramos cambiar. Hay quien se promete que va a dejar de fumar, otros piensan que deberían comer menos o mejor, algunos más definitivamente van a comenzar a hacer deporte y otros han decidido que este es el año en que, por fin, van a aprender inglés.
En la empresa nos pasa lo mismo: volvemos de las vacaciones cargados de deseos sobre cosas como dar más importancia a la creatividad y la innovación, centrarnos en los clientes que de verdad generan valor, controlar más los costes en los proyectos o hacer una serie de cambios organizativos que se nos antojan ya imprescindibles.
Durante los meses estivales los niños hacen castillos de arena, pequeñas construcciones que luego la marea engulle. A veces los planes que los adultos hacemos durante estos meses se parecen a los castillos de arena porque desaparecen con el primer frío del otoño. Hay un estudio que revela que durante la primera semana tres cuartas partes de las personas tienen éxito en este tipo de resoluciones, pero resulta que sólo una de cada cinco lo mantiene a los dos años. El mismo estudio recoge que más de la mitad de las personas que fracasan en una de estas decisiones se vuelven a plantear lo mismo al año siguiente.
Así que estos castillos de arena se levantan una y otra vez entre creciente y vaciante, como Sísifo tenía también que empujar su pesada roca cuesta arriba para luego ver con impotencia como rodaba ladera abajo.
Y es que no hay reto más complejo que el de convertir nuestros sueños en realidad.