A falta de otro instrumento mejor, se han popularizado en los cursos de formación en empresa, y en muchos otros ámbitos, los cuestionarios de satisfacción como vía para evaluar su éxito. Es verdad que unos y otros difieren en cuanto a extensión y contenido, y también que mientras que unos solo incorporan variables numéricas, otros también contemplan la visión cualitativa. Pero a menudo se olvida un hecho tan cierto como relevante, y es que satisfacción no equivale a aprendizaje.
Así, resulta muy obvio que los asistentes a un programa de formación pueden estar muy satisfechos con él, pero no haber aprendido absolutamente nada. Es más, pueden haber manifestado que los materiales han sido adecuados y bien preparados, que se ha balanceado suficientemente la teoría y la práctica, que la duración ha sido adecuada, y aun así no haber aprendido nada de nada.
En algunos de los casos se está empezando a utilizar el NPS (Net Promoter Score) para evaluar la bondad de los cursos de formación. Se trata de un índice que mide la probabilidad de que una persona recomiende a otra un determinado servicio. Pues bien, aunque esta sea una herramienta más actual que muchos de los cuestionarios de satisfacción que se usan, es evidente que tampoco evalúa si los asistentes han aprendido algo. El índice nos dice que recomendarían ese curso, pero no por qué.
Un programa de formación puede ser interesante y motivador, y el profesor puede ser un experto en la materia, y aun así sus alumnos no aprender nada. Porque lo crucial en cualquier curso no es que el profesor sepa mucho, sino que sus alumnos aprendan mucho de eso que sabe.
La única manera de saber si alguien ha aprendido algo, es a través de una prueba de evaluación. Y, si se trata de un diseño basado en competencias, la única forma de comprobar si esas habilidades se han adquirido es trasladarlas al entorno profesional y ponerlas en práctica.