Uno de los efectos más sorprendentes del uso de la tecnología en la oratoria es el efecto que ejerce en el conferenciante las propias imágenes que utiliza. En muchos más casos de los que sería deseable, el orador se ve magnetizado por su propia pantalla y, unas veces porque quiere señalar algo y otras porque necesita apoyarse en lo que se está mostrando, comienza a girarse hacia ella perdiendo el contacto con su público.
Junto con pronunciar su nombre y establecer contacto físico, mirar a los ojos de una persona es una de las acciones más poderosas que existen para llamar su atención. Por eso desde tiempo inmemorial se recomienda a los oradores que realicen barridos visuales para que sus charlas sean inclusivas. El objetivo último de esta técnica es que todas y cada una de las personas sienta que el conferenciante se dirige a ella. Cuando esto no ocurre, cuando los espectadores que no se sienten mirados, y por tanto no se sienten incluidos, acaban por desconectarse.
De manera completamente sorprendente, algunos oradores llegan a hablarle a la pantalla, convirtiendo su superficie en el objeto de su intervención. Algunos incluso llegan a darle la espalda a su público.
Una de las tareas más difíciles en una presentación es acostumbrarse a no mirar a la pantalla, algo que se puede lograr fácilmente monitorizando la imagen, como los músicos monitorizan el sonido. Sin mirar directamente a la pantalla, el conferenciante debería saber qué es lo que se está proyectando. Y, en el caso de que deba señalar algo, esa acción debería ser momentánea y puntual, para no perder contacto con su público.
No le hablemos a la pantalla: jamás aplaudirá.