Un equipo es un entretejido de esquemas diversos que navega con un rumbo común. En esa tela están dinámicamente combinadas las fortalezas y debilidades de los miembros del equipo, y el juego del liderazgo consiste en netear unas con otras de forma de que el saldo al final sea positivo. Si es verdad que los fallos son parte de la naturaleza humana, que podemos aprender de ellos saliendo fortalecidos y que la culpa no debería dañar nuestra autoestima, entonces el fallo debería formar parte de la receta del éxito, porque al mirarlo desde esa perspectiva se convierte en una poderosa arma de mejora continua.
Lencioni escribió que la ausencia de verdadera confianza en los equipos, de la confianza que nos hace aparecer como vulnerables y falibles frente a nuestros compañeros, tiene efectos devastadores. Porque produce miedo al conflicto positivo, a la sana discusión, y de ahí a la falta de compromiso y a evitar ser exigente con el resto de los miembros del equipo hay solo un paso. El motivo es bien simple: al no haber debate el conocimiento generado no es compartido y el rumbo entonces no es común. Al final aparece la inatención a los resultados porque el equipo avanza descoyuntado. En otras palabras, en ausencia de un proyecto único a nadie le importa si las cosas salen bien o no. Por eso admitir errores y debilidades es positivo, y por eso el fallo es un componente del éxito.
Mirar constructivamente nuestros errores apoya la unidad y el crecimiento del equipo.